Esperanza vive en Altavista, en Catia. Es licenciada en Educación y trabaja como maestra de preescolar en la escuela de los profesores de la UCV. Tiene esposo y dos hijos. Su sueldo es de 20 millones de bolívares, unos siete dólares mensuales. Le alcanza para comprar un kilo de queso y un cartón de huevos. Cuando termine la pandemia y regresen las clases presenciales, el costo de ir a su trabajo será similar a su sueldo.
Manuel Montilla tiene 35 años trabajando. Los primeros diez en administración en la empresa privada en Caracas y los siguientes 25 en educación en la Fundación Fe y Alegría a nivel nacional, de la cual ahora es coordinador pedagógico. Estudió TSU en Administración, y es Licenciado en Ciencias Políticas y en Educación. Su salario es de 15 dólares, sumando el aumento del primero de mayo y el bono Simón Rodríguez. El ingreso le alcanza para una semana de comida.
Como Esperanza y Manuel, millones de venezolanos asalariados han visto en pocos años como su salario se reducía a un valor casi testimonial.
En PH9 quisimos investigar la realidad actual del salario en Venezuela y sus implicaciones.
La mayoría de los empleos formales en Venezuela tienen anclado el valor de su trabajo a una escala que depende del salario mínimo.
Pero no solo en Venezuela. El salario mínimo es casi universal. La mayor parte de los países tienen establecido cuánto es el mínimo pago que debe hacer el empleador para remunerar el trabajo del asalariado. Es, junto con la jornada laboral de 8 horas, parte del legado de más de un siglo de luchas obreras.
El salario mínimo busca garantizar la subsistencia del trabajador. Y además protegerlo en la desigual relación de poder que se establece entre quien contrata y el contratado. Es la principal forma en la que el Estado interviene en el mercado laboral.
Eso no implica que todo el mundo gane más que el sueldo mínimo. Muchos ciudadanos que tienen contratos de tiempo parcial o que trabajan en forma independiente ganan menos. En Colombia, por ejemplo y según cifras oficiales, casi la mitad de los colombianos gana menos de un sueldo mínimo.
No obstante, el valor del salario mínimo en un país es un indicador muy importante de cómo vive su población y está demostrado que impacta toda la escala de salarios. Un dato revelador es que, al menos en los países latinoamericanos, la inmensa mayoría de los asalariados se ubica en la base de la pirámide salarial y gana menos de dos sueldos mínimos. Por ejemplo en México el 60% de los asalariados se ubica en esa franja.
Dada la importancia que tiene para los trabajadores y para la sociedad en general, el valor del salario mínimo es una discusión de primer orden en todas las sociedades. En cuánto se fija este valor depende de muchos factores: del tamaño de la economía, de la fuerza de los trabajadores, de la orientación política de los gobiernos, del nivel de desempleo, de la productividad, etc.
Es tan, tan bajo, que evidentemente no alcanza para la subsistencia. Según el CENDA (Centro de Documentación y Análisis para los Trabajadores) alcanza para menos del 1% de la canasta básica ($416 en abril) y del 2% de la canasta alimentaria de una familia ($218). Para otras fuentes el déficit es todavía mayor. Pero independientemente de cómo se estime, si el salario solo alcanza para un cartón de huevos, no alcanza para sobrevivir.
Su monto, no obstante, es la base de cálculo de lo que perciben los 3 millones de funcionarios del Estado, los 4,5 millones de pensionados y una parte del empleo formal privado. Sólo los trabajadores públicos y los pensionados suman 7,5 millones de venezolanos, un tercio de la población mayor de edad.
Ayarí Pérez tiene 41 años y es maestra de primaria. Es licenciada en Educación Integral. Trabajaba antes en el Ministerio de Comercio. Gana sueldo mínimo.
Yasmilda Rivas tiene 55 años y vive en Barquisimeto. Trabajó en Refrinaca, una comercializadora, con el cargo de vendedora. Gana salario mínimo.
Osdarling López vive en Yaracuy. Es técnico medio en Informática. Trabaja como secretaria de una escuela. Gana salario mínimo.
José Gregorio Tejeda es policía y tiene 30 años. Trabaja como oficial en la Policía Municipal de Valencia. Gana sueldo mínimo.
Y no sólo el mínimo es muy bajo, sino que en la administración pública el multiplicador por antigüedad y profesionalización también lo es. De esta manera un funcionario con doctorado y veinte años de antigüedad no devengará más de 35 dólares al mes.
Meresvic Morán tiene 45 años y es socióloga. Tiene 18 años trabajando en la administración pública y desde hace nueve años es analista del Ministerio de Pesca. Su salario es de 23 millones de bolívares, unos 8 dólares.
May Ling Rodriguez tiene 41 años y es técnico superior en Administración de Empresas Turísticas. Trabaja desde hace 15 años en la Corporación de Turismo del estado Nueva Esparta (Corpotur). Es directora de Promoción y Mercadeo. Devenga 70 millones, unos 23 dólares.
Incluso instituciones del Estado otrora privilegiadas y con niveles de sueldo superiores al resto de la administración pública como BCV, BANDES, Fiscalía o el CNE, también han visto decaer su salario a niveles de pobreza.
Mariana tiene 45 años y reside en El Hatillo. Es licenciada en Administración de Empresas y magíster en Planificación del Desarrollo. Desde hace 17 años trabaja en el BANDES (Banco de Desarrollo Económico y Social de Venezuela) como especialista integral. Hace diez años su sueldo base era 1.100 dólares. Ahora recibe 90 millones mensuales, unos $30, el 3% de su anterior ingreso.
Lo mismo sucede en el sistema educativo. Por ejemplo, en la tabla publicada después del aumento del 1° de Mayo para las universidades públicas, el salario base de un profesor titular a dedicación exclusiva es de 27 millones de bolívares (aproximadamente 9 dólares), mientras los administrativos y los obreros oscilan entre 7 millones y 19 millones. Entre uno y tres salarios mínimos.
Un profesor titular en el máximo del escalafón, con el máximo de prima por profesionalización y antigüedad, no supera los 35 dólares de salario.
Susana Trías es profesora titular jubilada de la Universidad del Zulia. Tiene doctorado en Filosofía y dio 20 años de clase en LUZ. Recibe 25 dólares mensuales.
Adriana Gregson es profesora instructora de Periodismo a medio tiempo en la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela. Tiene doce años dando clases. Recibe 5 dólares mensuales de salario.
El sistema de salud no escapa a esta realidad. Médicos, enfermeros, administrativos y obreros también se han visto afectados por la caída de los salarios. Como el personal de salud venezolano es internacionalmente reconocido por la calidad de su formación, presentan amplia demanda en el exterior y han sido uno de los sectores con mayor emigración.
Héctor Ulises Bastardo Ordaz es médico cirujano con 14 años de experiencia. Es jefe de servicio de Anestesiología del Hospital Ana Francisca Pérez de León II, y director del posgrado y coordinador de los entrenamientos clínicos de Neuroanestesiología. También es docente adjunto del Hospital Dr. Ricardo Baquero González (Periférico de Catia). Tiene horario a dedicación completa y puede ser llamado en cualquier momento. Su sueldo entre los 2 hospitales es aproximadamente de $100 mensuales.
Jimmy Oliveros tiene 49 años y vive en Sarría. Trabaja en el Hospital Universitario donde es almacenista de material médico quirúrgico. Su sueldo es de 15 millones (5 dólares), más otros diez millones que percibe como bono de salud.
Ahora bien, como el salario mínimo también influye en toda la escala de salarios del mercado laboral, cuando sube toda la escala sube, y lo mismo sucede cuando baja independientemente de si es público o privado. El deterioro del salario es general.
Al analizar el empleo formal privado encontramos que no existen datos oficiales detallados respecto a la situación laboral en Venezuela. La fuente principal de estos datos, las Encuestas de Hogares por Muestreo (EHM) del Instituto Nacional de Estadística (INE), no se publican desde 2015. Sin embargo, existen algunas encuestas parciales, con menor alcance en el muestreo y con mayor margen de error.
Según todos los datos, en la actualidad, cualquier negociación salarial privada entre patrón y empleado está por encima del sueldo mínimo.
Es decir que el salario mínimo pierde su principal función y su razón de ser: proteger a la gente común frente al abuso del empleador y garantizar un ingreso digno. Más aún, al ser tan bajo, funciona al revés. Presiona todos los demás sueldos hacia abajo.
En el presente, los sueldos en el mercado privado están muy por encima de los sueldos públicos pero siguen siendo muy deficitarios tanto en relación a la cesta básica y a las referencias internacionales, como al propio valor de lo que produce el trabajo que contratan. Según la OVF (Observatorio Venezolano de Finanzas) en una encuesta realizada entre noviembre del 2020 y febrero de este año a más de trescientas empresas, la media del salario de los obreros en el mercado privado es de 53 dólares, contando beneficios. Menos de dos dólares diarios. Entre los profesionales y técnicos el promedio ronda los 100 dólares y el sueldo de la gerencia de la empresas promedia los 216 dólares.
Para la ENCOVI 2019-2020, el promedio del salario en el sector privado formal era de $32.7 y el del trabajador informal $30.6. El promedio del sector público lo ubicaba en $13.16.
Pedro es gerente de Producción de una fábrica que produce gomas industriales en los Valles del Tuy y que tiene 82 personas en la nómina. Tiene dieciséis años trabajando en la fábrica por lo que conoce todos los procesos como la palma de su mano. Hace diez años ganaba cerca de 1.500 dólares. Hoy gana 100.
La caída del salario mínimo tiene otros efectos colaterales. Muchos contratos colectivos y escalas salariales de la empresa privada están estructurados en referencia al salario mínimo. A medida que éste iba convirtiéndose en una suma insignificante, los obreros y empleados fueron progresivamente abandonando los contratos colectivos a cambio de la dolarización de los salarios, lo cual redunda en la pérdida de derechos sindicales adquiridos por años de lucha de la masa trabajadora.
Seguimos con Pedro
«A principios del 2019 la situación salarial era inaguantable. Yo, que estaba en la nómina alta de la empresa y ganaba 10 sueldos mínimos, no tenía cómo adquirir lo necesario para sostener la familia. Imagina los que cobraban dos y tres sueldos mínimos, que eran la mayoría. El dueño ofreció trasladarnos a un esquema en divisas, donde ganábamos algo más, pero perdíamos beneficios laborales. Era voluntario. Ya para comienzos del 2020 todos los obreros y empleados estábamos en el nuevo esquema.”
Muchos asalariados en Venezuela reciben ya su salario en divisas. Incluso en el sector público algunas instituciones bonifican en «negro» con dólares a sus empleados, sobre todo a los cargos de más responsabilidad. Esto va creando además de la histórica división entre quienes poseen bienes de capital y quienes son asalariados, otra división entre la Venezuela que trabaja con remuneración en bolívares y la Venezuela que recibe dólares, abonando a la desigualdad.
A esta pérdida de derechos contractuales se suman algunas decisiones gubernamentales que iban en el mismo sentido. En un informe publicado en mayo de este año, el colectivo de derechos humanos Surgentes expresa «la pérdida del valor adquisitivo del salario se agudiza en el año 2018, cuando se anuncian dos decisiones gubernamentales que afectan de manera estructural no solo la garantía de contar con un salario digno, sino también de los medios para obtenerlo (las discusiones de las convenciones colectivas, la libertad sindical y el derecho a huelga): el aplanamiento de los salarios y el Memorándum Nro. 2792. Estos dos hechos marcan un hito regresivo que se ha convertido en bandera de las luchas más recientes de los trabajadores por sus derechos”.
Descarga AQUÍ el informe de SURGENTES: Giro a la derecha y represión a la izquierda
Ahora bien, este salario mínimo mínimo no ha sido siempre así en Venezuela. Hace solo nueve años, en abril del 2012, el presidente Chávez anunciaba un aumento de salario mínimo a 476 dólares (a cambio oficial), según sus palabras el más alto de Latinoamérica.
El valor del salario comenzaba a reducirse aceleradamente a partir del 2014, a medida que la crisis económica, las sanciones económicas contra Venezuela y la hiperinflación colapsaban el país. De acuerdo a las cifras oficiales el salario mínimo ha perdido el 99% de su valor en los últimos diez años y el 87% en los últimos tres años.
Y si el salario no alcanza ¿cómo hacen los venezolanos?
La crisis salarial ha impulsado a muchos trabajadores a pasar de un trabajo formal a trabajar por su cuenta. Según la Encuesta de Condiciones de Vida (ENCOVI) del año 2019-2020, realizada antes de la pandemia, casi la mitad de los trabajadores venezolanos trabaja por su cuenta, la mayoría en el comercio informal, mientras la otra mitad se divide a partes casi iguales entre el empleo público y el empleo formal privado.
Esto nos habla de una precarización del empleo en Venezuela y un trasvase del empleo formal al informal.
Ángel Barreto tiene 24 años. Vive en La Vega y es bachiller. Trabajaba en Seguros la Previsora, como oficinista de seguros. Ahora trabaja como moto delivery. Gana $40 semanales. Él nos dice que no existe, a su alcance, ninguna opción de empleo formal que le permita tener los mismos ingresos.
Francisco Pérez, militante del movimiento popular de La Vega nos dice que con el delivery está sucediendo, en esta generación, lo que pasó con los mototaxistas en la anterior:
«Los muchachos del barrio pierden incentivo en estudiar y profesionalizarse porque no existe ninguna relación entre el esfuerzo y el salario posterior, y la necesidad exige conseguir el mayor ingreso posible. La gente que trabaja de ingeniero, enfermero o maestro, y en general todos los que perciben un salario, ganan menos que el que hace delivery o monta un negocio de empanadas”.
Ante la caída abrupta de los salarios, el gobierno venezolano ha planteado algunas estrategias que buscan aminorar el efecto de la crisis y ayudar a la subsistencia de la población. Las principales son los bonos de la patria y el Clap. Además, hasta el momento, los servicios públicos se han sostenido a bajos precios, aunque esta realidad paulatinamente comienza a cambiar. Pese a ello, el día a día se le ha vuelto difícil a la mayoría de la población que ha visto deteriorarse su nivel de vida, y el venezolano común se la pasa buscando cómo “resolver”.
Por eso mucha gente cuando le preguntas en qué está trabajando te habla de tres y cuatro cosas a la vez. La multichamba. O los tigres. Incluso personas con alto nivel de calificación profesional se ven obligadas a trabajar en varios frentes.
Jessica Dos Santos tiene 31 años y es licenciada en Comunicación Social. Vive en Caracas, en la avenida Fuerzas Armadas. «Escribo una columna semanal para el diario Últimas Noticias, una columna mensual para Venezuelanalysys, un boletín quincenal para el portal francés Investig’Action, produzco un seriado radial para la Romántica 88.9 FM, tengo un programa de radio los viernes en la 96.3 FM, doy clases en la UCSAR, manejo varias redes sociales… Y acepto cuánto tigre llega como talleres, o escribir para otras publicaciones. Redondeo 300 o 350 dólares al mes«.
Elvia González es guajira y tiene 39 años. Vive en el Barrio Panamericano, en Caracas. Trabaja de día como personal de limpieza en una comercializadora. De noche hace almuerzos que vende al personal de la comercializadora y la ferretería que está adyacente. Los fines de semana hace heladitos para los niños del barrio y vende cerveza. Sus ingresos son variables pero ella estima que consigue unos 100 dólares al mes. Además, algunos fines de semana viaja a Maracaibo y trae de allá para vender mercancía que la familia trae de Colombia.
También hay muchos nuevos pequeños emprendimientos que buscan mejorar los ingresos para paliar la crisis. Si uno recorre un barrio de Caracas observa cómo muchas casas que antes solo eran vivienda tienen un pequeño cartel que ofrece algún bien o servicio. Caminando unas pocas cuadras puedes conseguir empanadas, arroz chino, perros calientes, donuts, veterinario, barbero, zapatero, venta de cosas usadas, reparación de electrodomésticos, mecánico, venta de verduras, y muchas más.
Carmelo trabaja en la administración pública y nos pide que no pongamos su nombre real. Tiene un pequeño negocio de empanadas en Catia. “Desde que empezó la pandemia no he ido al ministerio. Y no creo que regrese cuando se normalice la situación. Mi mujer estaba vendiendo empanadas acá mismo en la casa y decidimos ampliar el negocio y trabajar los dos en eso. No se vende mucho pero al menos alcanza para vivir«.
Existe otra fuente de ingresos que a medida que aumentaba la emigración se ha incrementado exponencialmente: las remesas. Esto, que es una realidad de larga data en Latinoamérica, es una novedad en Venezuela. Muchos hogares reciben periódicamente pequeñas sumas de los familiares que están trabajando en el exterior. Hay diversas estimaciones de a cuánto ascienden, pero todas coinciden en su importancia dado el tamaño actual de nuestra economía. Por ejemplo, para Ecoanalítica para el 2019 eran 3.500 millones de dólares anuales, aunque desciende con fuerza en el 2020 por la pandemia.
Keyvin tiene 36 años y trabaja como cocinero en Chile. Se fue de Venezuela hace seis años porque no conseguía trabajo. Estuvo en Ecuador y Perú, pero terminó radicándose en el país austral. Dejó mujer y un hijo en Venezuela, aunque ahora tiene una nueva compañera en Chile. Gana 700 dólares al mes. Envía todos los meses 50 dólares de remesa.
La analista Pascualina Curcio en entrevista con Clodovaldo Hernández para el portal La Iguana TV indicaba: “un trabajador de la administración pública que tiene necesidades diarias para su hogar y su familia, al ver que no le alcanza el salario, o se trasladará al sector privado, o buscará la forma de procurarse esos ingresos, ausentándose de su lugar de trabajo, lo cual conlleva un deterioro del desempeño del Estado como prestador de bienes y servicios, desmejorando así la salud, educación, el transporte, etc., y ese vacío que se produce por la ausencia del Estado será ocupado por el sector privado, reduciéndose el Estado.“
“El Estado se está quedando sin cuadros» nos dice el analista Luis Salas. “Sobre todo el personal más calificado está o migrando fuera del país, o migrando al sector privado, o migrando a la informalidad.” Y agrega “se está vaciando el Estado de un montón de cuadros técnicos que necesita para operar, lo cual es muy evidente, por ejemplo, en la industria petrolera”. Y el problema no es solo los que se van, son los que no llegan. “Casi no hay incentivos para ingresar a la administración pública”.
Además, todo el sistema de seguridad social se ha visto afectado. Y no solo las pensiones que están amarradas al salario mínimo. Por la vía de los hechos, y debido a la hiperinflación, también los fondos de pensiones y las prestaciones sociales, todo el ahorro conseguido con el trabajo acumulado de una vida, se convierte en cantidades nominales casi sin ningún poder de compra.
Pero quizás la principal consecuencia es el aumento de la desigualdad.
Según las estimaciones del FMI el PIB de Venezuela ronda los 70 mil millones de dólares. Un ingreso per cápita aproximado de 2.400 dólares anuales. Representa la quinta parte del PIB de hace 10 años y el PIB per cápita anual es muy distante ahora de los 11.287 del año 2012.
Sin embargo, la caída de salarios es, como ya hemos visto, abismalmente mayor en proporción. La única forma de explicar este hecho es que la distribución entre capital y trabajo ha venido evolucionado en favor del capital.
La analista Pascualina Curcio explica que según datos del BCV entre 2014 y 2017 (año hasta donde se tienen cifras oficiales) esta tendencia se evidenció. En el 2014 los trabajadores se hacían con el 36% de todo lo que se producía. Y el capital con el 31%. Pero en el 2017 los trabajadores pasaron a tener el 18% y el capital el 50%. Y esa tendencia no parece haberse detenido.
Veamos esta tendencia con un ejemplo: de cada cachito que se vende en una panadería, el porcentaje que se destina al pago de salarios es considerablemente menor que hace diez años y la parte de la venta del cachito que se queda en los bolsillos del dueño es mayor. Y así es con todos los bienes de la economía.
Esto suele ser así en los procesos hiperinflacionarios ya que el capital tiene mayor capacidad de defenderse de la crisis que los asalariados. Pero un gobierno, sobre todo si se dice progresista, debe tomar las medidas para defender el salario real y la capacidad adquisitiva de la población.
A medida que este proceso se va acentuando la desigualdad aumenta, y mientras un porcentaje pequeño de la población tiene más y más capacidad de compra y acceso a bienes de todo tipo, la mayoría de la población, los trabajadores, la van perdiendo.
Las causas
Existe bastante coincidencia entre los analistas, con matices, de cuáles son las causas que generaron la debacle del salario mínimo en Venezuela.
La hiperinflación, la caída del ingreso estatal tanto por la disminución de la renta petrolera como por el descenso de la recaudación impositiva, y la larga recesión económica son los factores centrales sin importar la perspectiva ideológica.
Y en Venezuela todos estos elementos se han dado en formas poco vistas en la historia.
Un dólar pasó de valer 9 bolívares en 2012 a valer 300.000.000.000 en la actualidad (tomando como referencia los bolívares previos a la reconversión monetaria del 2018).
La renta petrolera pasó, según el Banco Central de Venezuela, de 56 mil millones de dólares en el año 2013 a 476 millones de dólares tomando en cuenta el período entre enero y septiembre de 2020.
Y llevamos 8 años de recesión donde nuestra economía ha perdido en el camino el 80% de su valor.
Además, esta prolongada recesión produjo una disminución también muy considerable del ingreso fiscal. A eso se le suma que la dolarización desordenada de la economía hace que buena parte de las transacciones se haga fuera del circuito formal y no pague impuestos.
Por último, debido a las sanciones, el Estado venezolano se ve imposibilitado de vender por canales regulares parte de su producción por lo que, además de perder por encarecimiento en la negociación, una parte del ingreso del Estado se da por vías “extraordinarias”, y ese ingreso no es posible formalizarlo en presupuesto público, salarios, etc.
Pero, a pesar de estas coincidencias en el análisis, donde sí hay perspectivas fuertemente encontradas es cuando buscamos las causas de las causas. El porqué de la hiperinflación, la recesión y la caída de los ingresos del Estado. Y también en qué es necesario hacer.
Guerra económica, imposición de un sistema obsoleto, sanciones, dictadura, giro neoliberal, errores de política macroeconómica, inflación inducida, no renegociar la deuda, prender la maquinita, bloqueo financiero, dolarización y un largo etcétera alimentan este debate.
Pero eso será motivo de otro reportaje.