| Ilustración: Semillas del pueblo |

Según el Atlas del Agronegocio Transgénico en el Cono Sur, la Revolución verde se impone a partir de 1960 como un nuevo paradigma de producción industrializada, basada en los monocultivos, la utilización de maquinaria pesada, la aplicación de agrotóxicos y la concentración de la tierra. Según este paradigma, las semillas criollas y nativas son consideradas poco productivas y, por ser consideradas mercancías, deben ser reemplazadas por las «semillas mejoradas» supuestamente más productivas

Un porcentaje mayoritario de lo que se vende en los supermercados y ferias de verduras en Venezuela son rubros cultivados con semillas híbridas y uso de agrotóxicos. Toda esa «comida sana» se produce con mucho veneno que, además de afectar nuestra salud cuando la consumimos, deteriora la salud de los suelos, el agua y la biodiversidad. 

Glifosato, round up, gramoxone, PHAN30, son algunos de los químicos que más se venden en cualquier agropecuaria de Venezuela, a pesar de que algunos están prohibidos por la providencia administrativa 023-2016 por ser agroquímicos de etiqueta roja y naranja, altamente peligrosos para el consumo humano, según explica el agroecólogo Armando Barradas. 

Con agrovenenos siembran tanto agricultores familiares y pequeños productores como productores industriales o grandes asociaciones agrícolas. Su contracara es la producción conuquera y agroecológica que también existe, pero en menor escala. Y esto es así porque en Venezuela, como en otras partes del mundo, a partir de la década del sesenta se comenzó a desarrollar un modelo agroindustrial que vendió un «paquete tecnológico» como la vía de «modernización» productiva en el campo.

Este paquete de tecnologías, según el agroecólogo colombiano Omar Giraldo, incluyó la introducción de semillas de alto rendimiento, el riego o el abastecimiento controlado del agua, el uso de fertilizantes químicos y plaguicidas, el empleo masivo de maquinaria agrícola y el «mejoramiento» de la genética, entre otros aspectos.

En América Latina este paquete fue parte del programa Alianza para el Progreso ejecutado por Estado Unidos cuyo eje central era expandir las fronteras de su mercado agrícola de insumos y maquinarias hacia los países del Sur de América, plantea Giraldo en su libro Ecología política de la Agricultura.

La aparente eficacia de esta llamada «revolución verde» derivó en la progresiva devastación de la tierra, de la diversidad biológica y la vida humana en los territorios. Y, a su vez, extendió una agricultura basada en combustibles fósiles: «(…) estamos literalmente comiéndonos los combustibles fósiles (…) El consumo de energía agrícola se reparte como sigue: 31% para la producción de fertilizantes inorgánicos, 19% para la operación de maquinaria agrícola, 16% para transporte, 13% para irrigación, 8% para la crianza de ganado (sin incluir el alimento para ganado), 5% para secar la cosecha, 5% para la producción de pesticidas, 8% para usos varios», detalla Dale Allen Pfeifer para la Revista Latinoamericana Polis.

En el marco de este proceso mundial, en Venezuela se implementaron una serie de planes agrícolas que favorecieron la incorporación de este esquema productivo, en un país cuya renta petrolera permitió destinar mucho dinero a la importación de semillas y agroquímicos. Estas promesas modernizadoras no lograron sus efectos en lo productivo, con un PIB agrícola que desde 1960 hasta el presente no ha superado en promedio el 6%.

Lo que sí produjo esta «revolución verde» en la matriz agrícola del país fue el incremento de la dependencia del uso de pesticidas y semillas híbridas. Si vemos, hoy en día, un mapa del país reconocemos cuáles son las zonas de uso más intensivo de agrotóxicos: los Andes (Mérida, Trujillo, Lara) y los llanos centrales (Guárico, Cojedes, Portuguesa y Barinas). En todas ellas encontramos cursos de agua, suelos, aires y alimentos contaminados.

Según la investigadora Ana Felicien, en Venezuela el uso extendido de semillas certificadas importadas, mayoritariamente híbridas, ha sido posible con el uso de altas cantidades de fertilizantes y otros insumos químicos que permiten la realización de ciclos continuos de producción en unidades productivas de tamaño pequeño (entre 1-5 ha), lo que confiere un rasgo altamente intensivo al cultivo de hortalizas, cuya producción se orienta principalmente al consumo en las ciudades. Este es el caso, por ejemplo, de Pueblo Llano en el estado Mérida.