Aún bajo los efectos de una pandemia mundial, revienta el polvorín de la guerra. Tras 14 días de invasión rusa a Ucrania, comenzamos a identificar los rasgos e implicaciones de este conflicto sobre el orden mundial.
En este tablero de guerra, Ucrania es «víctima y objeto» del pulso entre dos potencias nucleares. Desde Venezuela, resentimos el uso colonial de países y pueblos como los nuestros para resolver el reacomodo de poder entre imperios; así como el uso instrumental y el vaciamiento de la fuerza política de la democracia que condena a los pueblos a ser meros objetos expectantes de las maniobras de las élites, donde la guerra es usada como el único recurso ordenador aparente de la crisis social que nos ha dejado el neoliberalismo. Lo que nos debe quedar muy claro es que, mientras una de las burguesías nacionales saldrá ganadora, la clase trabajadora rusa, ucraniana, europea y de EE.UU. saldrá perdiendo, acabe como acabe la guerra.
Desde PH9 compartimos la interpretación de este conflicto militar de enormes proporciones como un fracaso de la política y rechazamos esta vía como la única posible para recomponer el orden internacional y alcanzar unas relaciones interestatales más justas.
Por principio defendemos la no intervención y la autodeterminación de los pueblos, que tan fundamentales han sido para la defensa de los gobiernos progresistas en América Latina. Estamos ante el mayor ataque militar convencional en suelo europeo desde las guerras yugoslavas (1990) o incluso desde la Segunda Guerra Mundial (1945). Esta «operación militar especial» ha sido comparada con la guerra de Estados Unidos contra Afganistán, finalizada hace pocos meses.
Pero esta crisis no soporta una lectura unilateral. Se ha estado gestando durante los últimos 25 años, mientras la Unión Europea construía un sistema de seguridad contra Rusia y Estados Unidos despreciaba las inquietudes rusas en materia de seguridad. EE.UU. también ha trabajado para provocar esta guerra.
Después de la caída del Pacto de Varsovia y la Unión Soviética, la OTAN dejó caer en saco roto todas las promesas de no expansión hacia Euroasia y ha avanzado, año a año, en lógica de guerra fría sobre las fronteras rusas aprovechando su debilidad.
Simultáneamente Rusia, después de 30 años de recomposición política y económica tras la caída de la Unión Soviética, vuelve a exigir sus «derechos» como potencia. Bajo la conducción de Putin, reclama a Occidente su derecho a garantizar la seguridad de sus fronteras y cuestiona la existencia misma de la OTAN. El gasto militar de la alianza que multiplica por más de diez el de Rusia ejemplifica a las claras el sinsentido.
Este choque de trenes produce una línea de tensión que recorre toda la frontera entre Europa y Asia y que debe ser resuelto en una lógica diferente, de integración y no de exclusión, o supondrá un foco de inestabilidad mundial permanente.
En medio del clamor bélico que permea los sentidos comunes de las clases medias europeas, en PH9 nos declaramos junto a los sectores políticos de izquierda anti-imperialistas que históricamente se han posicionados en contra del crecimiento del complejo militar-industrial propio de la expansión capitalista global y rechazamos tanto una invasión militar que atropella la autodeterminación de los pueblos como las maniobras expansivas de la alianza militar de la OTAN hacia el Este de Europa.
La guerra expone, con una seriedad brutal, la tensión geopolítica del siglo XXI: el fin o reafirmación del hegemonismo norteamericano versus la cristalización de un mundo multipolar, en donde Rusia y China, sobre todo esta última, consolidarían posiciones cada vez más importantes.
Esta tensión también visibiliza la necesidad de que en el mundo puedan convivir países bajo las reglas liberales que gobiernan la política y la subjetividad del mundo occidental junto a países que se rigen por otras reglas políticas, económicas y culturales sin por ello ser considerados «enemigos de la humanidad».
A todos, además, nos preocupa lo obvio. La guerra rusa-ucraniana puede desembocar en una gran guerra entre dos bloques de poder mundial, occidental y oriental, que en plena época de disuasión nuclear puede conducir a un exterminio de la naturaleza y la humanidad.
En pleno desarrollo de esta tragedia, se intenta hacer el ejercicio de aprender lo que salió mal y corregir el rumbo para evitar peores catástrofes. La guerra también interpela a la izquierda sobre el proyecto civilizatorio que antepondrá ante el fracaso de las democracias liberales y el neoliberalismo en Occidente, así como ante el avance de las sociedades de control en Oriente.