Andrés Antillano: las bandas se transformaron en empresas capitalistas armadas

por Ago 5, 2021Entrevistas

Probablemente usted se ha encontrado a Andrés Antillano en Caracas. Puede que lo haya visto en una asamblea, en alguna actividad en un barrio, con los niños de la calle en Sabana Grande o conversando con las chicas que se ganan la vida en la Avenida Libertador. 

Además de militante popular e investigador social, Antillano es profesor de Criminología e investigador del Instituto de Ciencias de Penales de la Universidad Central de Venezuela y tiene décadas desarrollando investigaciones vinculadas con delincuencia y políticas de seguridad en Venezuela.  

PH9 conversó con él para intentar comprender mejor el fenómeno de las megabandas y los recientes acontecimientos de La Cota 905. 

PH9. ¿De qué hablamos cuando hablamos de megabandas? ¿Qué caracteriza este fenómeno? 

AA. Hay que desmitificar el tratamiento que se le ha dado a la violencia y a las pandillas en los barrios populares. Desde hace mucho tiempo hay una lectura casi conspirativa y amarillista de las pandillas y bandas en los barrios populares. 

Las bandas en Caracas tienen mucho tiempo existiendo y en general pueden explicarse como expresión de las profundas desigualdades y las dinámicas de exclusión que viven los jóvenes en los sectores populares. Pero, hasta hace algunos años, las bandas eran un espacio fundamentalmente de afirmación de los jóvenes, un espacio de socialización, un espacio donde se construyen reputaciones a partir del valor y la solidaridad a través del uso de la violencia como uno de los pocos recursos y capitales sociales y culturales que puede tener un muchacho excluido. 

Ser un muchacho malo, atrevido, temerario, valiente, malandro, era una forma de “ser alguien” para una persona que no tiene otras posibilidades de un trabajo digno o de acceder a una escolaridad que le permita mejorar sus condiciones de vida. Son capitales de valor que son reconocidos en estos territorios de exclusión. 

Las bandas funcionaban fundamentalmente de esta manera, eran bandas muy pequeñas marcadas por una violencia expresiva esencialmente vinculadas con enfrentarse a los de al lado para mostrar reputación, honor, respeto, ascendencia, solidaridad grupal, etc. Esta es la dinámica de las bandas durante muchísimo tiempo. Bandas de muchachos muy jóvenes que se dedicaban esencialmente a estas actividades,  algunas veces podían incursionar en la venta de droga, pero esencialmente eran bandas asociadas con la sociabilidad, con la construcción de reputaciones, etc.  

A veces, algunos individualmente -los que podían tener capitales sociales que se conseguían en los enfrentamientos en la vida en el barrio a través del “ser serio”- podían ser reclutados para actividades delictivas fuera del barrio por delincuentes más adultos como, por ejemplo, robar un carro. Pero la dinámica o la vida de la banda se consumía en una dinámica de nosotros-los otros, los enemigos, “las culebras” asociadas con grupos rivales en barrios específicos. 

Esa es la dinámica que había  prevalecido al menos hasta el 2014, 2015. Pero esta dinámica en efecto se transforma en los últimos años, y yo creo que lo que encontramos en La Cota 905 y en otros barrios de Caracas y de Venezuela es el resultado de la transformación de las generaciones de estos grupos de jóvenes excluidos. 

PH9. ¿De qué formas se ha transformado? 

AA. La transformación de las bandas ha respondido esencialmente a dos dinámicas. 

En primer lugar, el efecto paradójico de las políticas de mano dura. A partir de los años 2008, 2009 y 2010 se da una política de mano dura contradiciendo la estrategia de no criminalización de los pobres que había puesto en práctica el gobierno bolivariano, y esto trae como consecuencia una dinámica de encarcelamiento de jóvenes populares. La población carcelaria se duplica: pasa de 20 o 21 mil presos a más de 50 mil en unos pocos años. 

Este sistema penitenciario sobrepoblado, colapsado y controlado por pandillas carcelarias significó una transformación en la carrera criminal de los muchachos que venían de esta dinámica de “caerse a plomo” y de algunos delitos oportunistas. Llegan a la cárcel y entran en el contexto de las pandillas que controlan las cárceles, y salen de la prisión con un conjunto de relaciones, un conjunto de capitales culturales, lo que genera cambios en  su forma de pensar que le permiten la transformación de la vida de estas bandas. 

A partir del 2013-2014, cuando estos muchachos que habían sido detenidos en estos operativos tipo Madrugonazo al Hampa empiezan a regresar al barrio, es cuando vemos la primera gran transformación de las pandillas. Entonces, ya la pandilla no era la que se enfrentaba con la banda de al lado, o no solo se dedicaban a eso, sino que buscan dedicarse a actividades mucho más lucrativas. Es decir, vemos el paso de delitos expresivos a delitos instrumentales. Delitos que buscaba acumulación, excedentes de  dinero. 

Entonces, el encarcelamiento masivo permite una primera transformación o mutación en donde las bandas consiguen un grado mayor de coordinación, de mayor centralización, y en la que vemos el inicio de redes, de asociación con bandas de distintos lados.  

Luego, viene otro momento de las políticas de mano dura; tiene que ver con la políticas policiales como el  Operativo de Liberación del Pueblo (OLP) y las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES). Es decir, ante el crecimiento de estas actividades delictivas resultado de las políticas de encarcelamiento masivo, la respuesta de Estado no fue ajustar sus políticas lejos de estas infuncionales políticas de mano dura sino más bien acentuarlas, en este caso, con políticas de exterminio a manos de la policía de todo muchacho sospechoso. 

Esto generó una nueva transformación de las bandas que se habían enfrentado por muchísimo tiempo entre sí, que terminan articulándose y generando un cambio en la racionalidad de las mismas bandas, que dejan atrás un conjunto de códigos propios del mundo del malandreo vinculados al honor, al respeto, la culebra, las deudas de sangre -que se heredaban de generación en generación-, y pasan a tener una actitud mucho más pragmática y más vinculada a lógicas más instrumentales e incluso empresariales. 

Otra cosa es que sus dirigentes son adultos, son menos jóvenes. La violencia policial ayuda a la transformación de estas bandas porque la policía mata a los más jóvenes; los más adultos que sobreviven colonizan las bandas, entonces, son bandas en términos de edad muy adultas, al menos sus dirigentes. Antes las bandas eran muchachos muy jóvenes, ahora los jefes de la banda de La Cota están todos alrededor de los 40 años, mientras que, antes, el jefe de una banda tenía 20 años. 

Además ahora son bandas cada vez más grandes, no solo referidas a un territorio, sino que podían cubrir grandes territorios con un nivel mucho más complejo de organización a diferencia de las bandas anteriores que eran pequeñas, planas, sin jerarquía ni división del trabajo. Ahora encontramos bandas con jerarquías, con división del trabajo y reparto de tareas en distintos grados.

PH9. Las políticas de mano dura son el primer factor, ¿y el segundo? 

AA. El segundo factor es el cambio económico. Veníamos de una economía en expansión del consumo, una economía de bonanza económica que, sin embargo, había dejado atrás algunos sectores, fundamentalmente los jóvenes excluidos que son los que encuentran en la violencia una forma de compensar este relegamiento. 

En este contexto, como dijimos, el uso de la violencia estaba muy vinculada con lo expresivo:  una violencia de “firmar”, de “mostrar rostro” que “vean cara”, una cosa relacionada con la reputación. Esta idea de la cara, “darle la cara a la vida”, es una economía política del rostro, porque es “hacerse de un rostro”, lo que nos habla de la singularidad, de “ser alguien” en el mundo de la exclusión en el que no eres nadie, como dice el famoso poema de Galeano. Los nadies se vuelven alguien a través del ejercicio de la violencia. Eso es “portar una cara” para muchachos que de alguna manera “no tienen rostro”.  

Sin embargo, la contracción del consumo en Venezuela hace que estos grupos que se dedicaban a esta violencia expresiva, pasen ahora a actividades mucho más atractivas económicamente. Ya no es rentable, ya no tiene sentido esta economía expresiva de hacerse un rostro. 

Además, el delito instrumental es cada vez menos violento, porque era necesario llamar menos la atención de la policía para poder dedicarse a actividades rentables. Es así como caen las actividades predatorias como el secuestro o el robo de vehículos, porque suponen mucho riesgo y poca ganancia.  

Entonces, las bandas pasan a ser empresas criminales que funcionan perfectamente como una empresa, con una lógica de acumulación capitalista, inversión de excedentes, reclutan más personas para abaratar los costos, reinvierten y se expanden. Observamos un cambio en la naturaleza de las bandas que pasan a ser bandas instrumentales, fundamentalmente concentradas en mercados ilícitos con una racionalidad gerencial. Son empresas capitalistas armadas.  

Como me explicaba un viejo secuestrador: “antes te ponías en la autopista y a cualquier persona que secuestraras podías sacarle un dinero importante porque había muchísimo dinero en el país. Pero ahora un secuestro vale minimo 50 mil dólares… Tendrías que buscar a alguien que los tenga, porque si secuestras y te agarra la policía posiblemente vas pa’ esa” [te matan].  

El secuestro solamente se da en casos muy focalizados, secuestros “pichados” en los que hay información de por medio, alguien que tiene 100 mil dólares. Robar un celular para obtener 50 o 100 dólares para que te maten por eso no tiene sentido. Ha caído el delito predatorio, el homicidio, y la banda se transforma hacia actividades mucho más lucrativas y menos evidentes. Hablamos esencialmente de los mercados ilícitos de demanda inelástica. 

Es decir, hay mercados que aún en la crisis no se contraen como el de la comida o como el de las drogas. Este último generalmente no se contrae, todo lo contrario, tiene un efecto paradójico: en momentos de crisis puede crecer, porque si yo soy un consumidor de piedra no voy a dejar de consumirla si no puedo pagarla, lo que hago, ademas de robar, es empezar a vender piedra, generando que el mercado pueda expandirse.  

Algo parecido ocurre con el mercado de alimentos, son los dos grandes nichos que están controlados por grupos armados: los mercados de drogas -y aquí La Cota  tenía un papel central-,  y los mercados de alimentos controlados por colectivos asociados con la policía.  

PH9. ¿Y esto fue lo que ocurrió en La Cota? 

AA. La Cota se transformó en la gran plaza de drogas en Caracas. Estamos hablando de un mercado de las drogas controlado por la banda que podía facturar según algunas fuentes unos 50 mil dólares semanales. Las plazas secundarias compraban en La Cota, y mucha gente compraba directamente allí. 

Hay que decir que La Cota tiene unas coordenadas sociales y geográficas muy específicas. El área que ocupa La Cota es una de las zonas más pobres de Caracas, porque son barrios muy precarios, muy recientes. De hecho, La Cota 905 es una avenida muy antigua, pero se pobló mucho más recientemente que La Vega o Petare. Además, es una montaña con una gran pendiente donde solamente vive la gente que no puede vivir en otro lado. Allí todavía hay zona verde que se sigue poblando, es una zona de crecimiento natural de los excluidos, hay gente que vive en condiciones muy precarias, mucho más precarias que la gente que vive en otros barrios del centro de la ciudad. 

Podemos estar hablando de 50 mil personas en este territorio, ubicado a unas 10 o 15 cuadras de la Plaza Bolívar, al lado de El Paraíso, muy cerca del centro de la ciudad, y que tiene al otro lado El Cementerio, donde se ubica el gran mercado popular de la ciudad. Unas condiciones sociales, geográficas y económicas idóneas

Y como resultado de la violencia policial y los encarcelamientos masivos, se da esta migración de una banda que se enfrentaba con otras bandas a una organización que empieza a controlar de manera efectiva el mercado de la droga y el territorio. Se contraen los delitos predatorios y se dedica fundamentalmente al mercado de las drogas o a otras actividades más complicadas como la extorsión, la extorsión en minas informales, el tema de la frontera, etc. 

Además, algo interesante es que la banda empieza a combinar la resistencia armada con capacidad de negociación con el Estado. Esta es otra transformación: una lógica de negociación que era ajena a los malandros. Los malandros no negociaban porque era una asunto de reputación, “no me importa que me maten”. En cambio, estos actores son capaces de sentarse con fulano para pagarle o para negociar políticamente: “nosotros garantizamos que acá va a haber paz, no va a haber violencia, pero tú no te metas para acá”. Una capacidad efectiva, exitosa de establecer negociaciones que era ajena a las viejas lógicas malandras.  

Eso no es solo La Cota, se ha dado en distintos lugares y las bandas que han logrado prosperar son las que han establecido algún tipo de acuerdo. Esto permitió al mismo tiempo un crecimiento económico muy grande que logró que las bandas se fortalecieran.  

PH9. ¿En qué momento se da el crecimiento exponencial de la banda de La Cota? 

AA. Hay un factor coyuntural imprevisto para el caso de La Cota que fue la pandemia. Con la pandemia yo tengo la hipótesis que la banda de La Cota 905 crece muchísimo. La pandemia tiene distintos efectos.  

En primer lugar, aumenta el empobrecimiento de los sectores ya pobres, lo que hace que haya una mano de obra disponible mucho mayor y la banda crece muchísimo. Ya no eran una banda solo de La Cota sino que empieza a recibir gente de distintos lugares y a establecer una línea de alianzas, se expande, pero también establecen alianzas con otras bandas y en otros lugares. Hay una importante circulación de gente de Caracas  y de gente fuera de la ciudad que hacen vida en La Cota. Hay una mayor disponibilidad de personas porque los muchachos no consiguen trabajo, sobre todo en los momentos de mayor recesión por las cuarentenas, los momentos más duros de la cuarentena. 

Segundo, ante la ausencia del Estado, la banda cumple las funciones del Estado. Los reportes que tengo de informantes son increíbles, funcionaban como un Estado mucho más efectivo que el Estado mismo: durante la pandemia marcaban toque de queda, solo se podía salir con salvoconducto, todo el mundo debía usar tapaboca, en la entrada y la salida de La Cota habían puntos de control y lugares donde la gente tenía que ponerse alcohol. Lograron una forma muy efectiva de control. Además, proveían alimentos y los vendían al costo, incluso a veces ayudan a las familias que no tienen dinero, se convierten en un proveedor. No solamente ejercían funciones para mantener el orden y el control sanitario (mano derecha del Estado), sino también la mano izquierda con funciones redistributivas, por lo que tenía un alto nivel de legitimidad en el territorio. 

Entonces, en uno de los sectores urbanos más empobrecidos había una mayor disponibilidad de muchachos que no consiguen otras oportunidades de trabajo, que encuentran en la banda una gran oportunidad económica: un muchacho de la base de la escala inferior podía llegar a ganar 50-100 dólares semanales. No hay trabajo no cualificado en Venezuela que pueda obtener esta paga (cualificado tampoco, como profesores universitarios ese es nuestro salario de muchos meses).  

Es decir que, por un lado, consiguieron la legitimidad política, y por otro, consiguen crecer muchísimo económicamente, porque primero aumenta el precio de la droga cuando cae el flujo y la oferta, y luego, una vez restablecido el flujo, tuvieron la astucia de acomodar el mercado a tal punto que podía ir la gente sin mucho riesgo a comprar droga, y hasta hacían fiestas privadas que atraen a sectores pudientes y que llegaron a ser muy atractivas en plena pandemia.  

En fin, la economía crece y le ocurre lo que ocurre con toda empresa cuando crece en términos de capital, sobre todo si es una empresa armada: tiene que expandirse. Pero al hacerlo, empiezan a ser cada vez más habituales los enfrentamientos con el Estado, rompiendo este precario acuerdo implícito o explícito que había con actores estatales.  

Al mismo tiempo, al volverse tan económicamente exitosa -quizá como a muchas otras empresas que mueren por su éxito-, sectores de la policía intentan medrar en esas ventas, intentan imputar esas ventas ilegales. Entonces, son cada vez más frecuentes los ataques hacia la gente de La Cota y sus aliados, generando respuestas cada vez más violentas hasta lo que ocurrió el martes de hace algunas semanas.  

PH9. ¿Y que detona ese nivel de ataque en plena ciudad?

AA. Lo que detonó el episodio fue un ataque de la policía a uno de los grandes aliados de La Cota que salió mal herido. Pero lo que ocurrió fue una repetición de episodios anteriores que ya habían ocurrido en muchas ocasiones, lo que pasa es que creo que sobrestimaron su poder de fuego, y subestimaron la respuesta del Estado. Eso venía pasando y cada vez tomaban más licencias. Hace poco corretearon a una comisión del CICPC en la autopista, y pensaron que el Estado no iba a dar ninguna respuesta o subestimaron esa respuesta.

Por otro lado, yo tengo una hipótesis, algo intuitiva todavía.  

La banda de La Cota o uno de sus jefes, yo creo, que había empezado a desarrollar una idea ya no solo de empresa sino de movimiento social, tenía la idea de poder agrupar a todas las bandas de Caracas y poder presionar al gobierno para negociar determinadas condiciones, una especie de movimiento de malandros, una unión de los malandros de Caracas. 

Una idea del movimiento social que no tenía que ver con los negocios ni con la rentabilidad que, de hecho, son objetivos opuestos… Quizá eso fue lo que los llevó a fracasar: yo sospecho que ellos esperaban una respuesta de sus aliados y creían que el gobierno no se iba a atrever a hacer lo que hizo. También los episodios cada vez más virulentos era una forma también de presionar al gobierno, y mostrar fuerza para fortalecer el vínculo con sus aliados. Es mi hipótesis. 

PH9. ¿Por qué el gobierno no había actuado antes? 

AA. Yo creo que hay varias cosas. El gobierno ha mostrado una absoluta incapacidad para desarrollar respuestas efectivas frente al tema del delito. Son dos las respuestas del gobierno: o la violencia desmesurada excesiva y contraproducente, o no hacer nada. Son dos caras de la misma moneda.  

Recordemos que las OLP se inauguraron en La Cota en junio 2015. Creo que en total hubo 4 o 5 incursiones de la OLP,  igualmente inefectivas.

Por otro lado, el gobierno hasta último momento intentó favorecer unos acuerdos pacíficos que le evitaran una toma del territorio, o sea, imagínate, podía ser muy grave tomar La Cota en términos de los costos humanos de la operación, en medio de barrios densamente poblados y con una estructura armada con gran capacidad de fuego. Me sorprendí mucho de la limpieza de la operación.  

PH9. ¿Una operación limpia? 

AA. Fue relativamente limpia. No hablamos de un tratamiento digno y humano a la gente de parte de la policía. Pero esta era una zona muy complicada de tomar y controlar. Lo que se vio ese día fue una fuerza que podía estar rondando de 200 muchachos armados en el barrio, en una zona intrincada de pendientes muy altas. Era muy complejo y se corría el riesgo de una masacre.  

La operación fue muy limpia en términos militares. ¿Cómo fue? Tomaron las alturas y claro, al hacerlo, hicieron insostenible la resistencia de la banda.

Tenemos unos cuerpos policiales con una lógica bélica, de exterminio, que favorecen la violencia desmedida, la violencia letal. Pero en este caso, aunque se den episodios prácticamente de saqueos a vecinos y seguramente hubo detenciones ilegales y muertes, no tengo elementos para decir que ha habido una masacre, de hecho, me lo esperaba de manera más dramática sobre todo porque hubo antecedentes, por ejemplo, en La Vega donde sí hubo ejecuciones sumarias durante varias incursiones de la policía este año. 

Lo que sí estoy convencido es que va a ser insostenible, como ha sido en otras ocasiones, el control del territorio, y va a pasar o que se rearticule la banda, o lo más probable es que empiecen a aparecer nuevamente bandas armadas pequeñas enfrentándose entre sí y con ello un aumento de la violencia y el delito oportunista en la zona.  

PH9. ¿Y qué tipo de políticas  en materia de seguridad podría aplicar el gobierno en este caso?

AA. En primer lugar, una política social efectiva focalizada, porque uno de los problemas es que la banda tenía mucha legitimidad porque era una oportunidad real para los muchachos del barrio. Hay un problema complicado en situaciones de recesión como la que vive el país, el Estado tiene que ser capaz de ofrecer algo a los muchachos, no solamente como medida de prevención para que no se rearticule la banda o no aparezcan -qué es lo que yo creo- bandas enfrentadas entre sí, sino porque creo que es una obligación del Estado garantizar oportunidades sociales y económicas a las comunidades menos favorecidas. Hace falta una presencia fuerte de las políticas sociales.

Pero eso no va a ser suficiente. Es necesario una presencia policial que sea distinta a los modelos de ocupación policial que están marcados por una profunda ilegitimidad. Yo estoy seguro de que tomas a cualquier persona en La Cota 905 y va a decirte que prefería cuando no estaba la policía. Le he preguntado a mucha gente. Y lo que pasa es que la práctica de la policía es un práctica abusiva, extorsiva, de violencia sistemática, además de una precaria presencia, porque no está presente sino que hace incursiones como si se tratara de un territorio enemigo, más o menos como los israelíes en la Franja de Gaza. Considerando el comportamiento de la policía contra la  población que allí reside,  La Cota es como la Franja de Gaza en Caracas. 

Podríamos utilizar un término propio del debate sobre la relación entre territorio y ecología, el de “zonas de sacrificio”. Muchos barrios de nuestras ciudades son zonas de sacrificio: el Estado ha abandonado sus funciones, tanto en la regulación de los conflictos y de la violencia, como en las inversiones sociales necesarias para reducir las brechas sociales y las desigualdades urbanas. Es en estas “zonas de sacrificio” donde surgen organizaciones como esta banda, aprovechando el vacío dejado por el repliegue del Estado, pero también donde los cuerpos de seguridad se permiten prácticas que no serían tolerables en otros lados, dando por descontado que los que allí viven son ciudadanos de segunda, cuerpos desechables, que no tienen derechos ni  garantías. Hay entonces que revertir esto. No se trata solo de reestablecer la presencia del Estado, que por supuesto es necesaria, sino también de restablecer el Estado de derecho, devolviendo y protegiendo los derechos de la población que allí vive (vulnerado por la banda, por la delincuencia, pero también por las condiciones estructurales y por los cuerpos de seguridad) y el Estado social y de justicia, como lo define la constitución, garantizando acceso a las condiciones para una vida digna.

Entonces, una presencia permanente con una policía que mantenga una relación distinta con la comunidad, que garantice seguridad y que no sea más bien una fuente de perjuicio o de daño, creo que es necesario. Hay modelos que se han utilizado para eso, modelos de presencia policial, de proximidad, policía comunitaria que pueden ser desarrollados, pero sin duda supone una transformación de los cuerpos policiales.  

Por otro lado, hay distintas estrategias de trabajar con las bandas, distintas políticas que puedes desarrollar para las bandas, para llegar a acuerdos o evitar la escalada de actividades violentas. Creo que es posible sostener acuerdos con bandas o pandillas, sobre todo cuando son pandillas pequeñas. Hay experiencias muy interesantes, incluso de transformación de pandillas, porque las pandillas son espacios de socialización de jóvenes, allí hay una virtud que puedes intentar aprovechar disminuyendo su capacidad más criminal o más violenta. 

Te pongo un ejemplo. Nosotros todos los días cometemos delitos, pequeñas infracciones: comerse la  luz, fumar un tabaco de marihuana, orinar en la calle porque no llegamos a un baño a tiempo, estacionar mal. Todos cometemos infracciones y la policía administra diferencialmente, con un sesgo de clase muy marcado y de forma muy desigual, los delitos. De la misma manera, puede apostarse por un modelo que administre de forma focalizada los delitos como ha pasado en las experiencias de Boston o  Pernambuco, donde das una señal en la que todo delito que suponga violencia o amenaza de violencia va a ser un delito perseguido implacablemente. 

Una política focalizada en aquellas actividades que son más peligrosas como robo a mano armada, enfrentamientos “a plomo” con la banda vecina, mientras que se toleran más -en cierto grado- otras actividades ilícitas que son menos violentas, como por ejemplo, la venta de drogas a pequeña escala.

Pero lo que ocurre es justamente lo contrario, porque acá a la policía le encanta perseguir a jíbaros, fumones, porque agarran a un fumón con tres piedras de crack, lo llevan preso, y el policía  sale con una nota positiva en el parte del día, y eso le funciona para un ascenso, o algo o si es un  muchacho de clase media con kripi, le puedes quitar dinero, etc. Entonces, a veces mano dura equivale a un montón de fumones presos.

Es necesario focalizar en lo que es más grave. Porque podríamos tener un largo debate sobre el tema de las drogas, pero seguramente estaríamos de acuerdo en que un vendedor de drogas a pequeña escala es menos peligroso que un tipo con una pistola matando gente o amenazando gente. 

Hay otras fórmulas de inserción, desarme,  programas que pueden ser políticas efectivas para esto. Es decir, hay una constelación de respuestas efectivas que pueden evitar que se reinstalen bandas en esta zona, como seguramente va a ocurrir porque siguen intactas las condiciones de exclusión y de pobreza.  

Pero estas políticas de mano dura significan que se pasa de no hacer nada a una violencia excesiva e innecesaria, permanentemente va de un extremo al otro. Y una policía que mate gente no es una policía efectiva, sino todo lo contrario. Es inefectiva, porque a diferencia de la guerra donde lo letal es el objetivo, en materia de seguridad una policía que mata gente es una policía que no es capaz de controlar el territorio de forma permanente, sino acude a estas incursiones militares enfrentándose a unos niveles de respuesta violenta que no supo controlar a tiempo.  Entonces bueno, eso permanentemente ocurrirá.  

Lo otro que me parece que está ocurriendo es que el gobierno o el Estado ha venido restableciendo ciertas capacidades y ha venido intentando recuperar espacios que había perdido el control. Eso ocurre en la frontera, en las minas, y también está ocurriendo en el caso de La Cota, José Felix Ribas, a veces con su propia fuerza, o a veces con alianzas con otros grupos criminales, o tomando partido con otros grupos criminales como me cuentan que está pasando en las minas.  

Yo generalmente evito la idea de gobierno y Estado, porque a veces era un sargento que tiene un cuadre con no sé qué, entonces eso es el Estado, o un comisario que está buscando unos reales no es el ministro o el presidente. Nuestro estado, bueno, todo Estado, es fracturado, es un archipiélago. Hay un autor que habla del fetiche del Estado, así como el dinero es un fetiche o la mercancía, el Estado es un fetiche, porque no hay un gran leviatán coherente único que se mueve a un solo ritmo sino archipiélagos, grupos autónomos, y sobre todo un Estado como el nuestro que está con altos niveles de desinstitucionalización, como todo Estado rentista.

PH9. Por último, ¿qué opinas de las declaraciones oficiales sobre el Operativo Gran Cacique Indio Guaicaipuro?  

AA. Bueno, soy un investigador social y no un investigador policial. Pienso que seguramente dentro de ese universo había gente que tenía relaciones con distintos actores políticos, porque tenía una lógica de movimientos sociales, una cosa más interesante y más peligrosa, y junto a la lógica económica de la acumulación del gran negocio coexistía una lógica de articularse, de reunirse. 

Entonces, no me extrañaría que tengan algún tipo de comunicación con la oposición, eso no lo sé, es posible, pero no creo que haya sido determinante, no creo que trabajaban para la oposición. Y no lo creo porque estamos hablando de un negocio muy rentable. Un negocio de 50 mil dólares de ganancia semanales, saca la cuenta, tú no vas a arriesgar eso para meterte en un plan conspirativo, sería un poco insensato. 

Pero no lo descarto, es posible, todo es posible, pero no tengo elementos para decir eso. Creo que ellos actúan así porque les hirieron a uno de los líderes, y en todo caso, creo que decir que los sucesos de La Cota son consecuencia directa de un plan conspirativo de la oposición no es una narrativa feliz por varias razones.  

Primero, excusa o invisibiliza las causas reales, los problemas sociales persistentes, e incluso las profundiza. Invisibiliza también el fracaso de las políticas de mano dura, la posibilidad de que se articulen bandas como estas. 

Incluso, un escenario posible es que algunas de las bandas, incluyendo los colectivos, se apropien de este espacio gigantesco que está vacío, que no es el de La Cota sino el de las drogas en Caracas. De hecho, la principal competencia está en manos de colectivos que se pueden volver la plaza emergente, o sino la banda del Tren de Aragua, que además tiene una organización mucho más compleja y sofisticada. Pero esta narrativa oculta las causas, banaliza el fenómeno, y además termina por tener un efecto paradójico de ensalzamiento del paramilitarismo de la oposición.  

Además, esta narrativa es una narrativa persistente, y es interesante preguntarnos de dónde viene. Primero, creo sin duda, es una especie de teoría conspirativa que es muy propia de la izquierda, pero además conecta con algo que a mi me parece inaceptable que es una velada -y a veces no tan velada- xenofobia: todos los problemas del país son culpa de los colombianos, ni siquiera del gobierno, de los colombianos. Por ejemplo, por ahí había un señor que dice que el Koki era hijo de un colombiano, esa era la explicación, ser hijo de colombiano te hace sospechoso. Olvidando que si por Simón Bolívar fuera, todos seríamos colombianos. 

Pero, además, hay una cosa todavía más siniestra de la narrativa, el paramilitarismo. Y una aclaratoria primero: el paramilitarismo no es un fenómeno exclusivo de Colombia, quizá el más conocido fue el de los grupos de exterminio de apoyo a la Corona Británica en Irlanda del Norte. El concepto se refiere a grupos armados que actúan al margen de la ley con apoyo explícito o implícito del gobierno. Grupos controlados por poderes fácticos cercanos al Estado, entonces, el paramilitarismo acá sería más propio de aquellos colectivos que actúan como policías, detienen gente y montan alcabalas.

¿De dónde viene esta narrativa del paramilitarismo? ¿Cómo se fortalece sobre todo a partir del 2014 que cobra fuerza en la explicación de los problemas de las bandas y delincuencia en Caracas?

Viene de un giro muy paradójico y peligroso que nace después del 11 de septiembre de 2002 en la narrativa propiciada por EEUU: la narrativa contrainsurgente que asocia grupos criminales con terorrismo. Distintos think tanks de la derecha norteamericana intentan traducir eso para América Latina, y en Venezuela aparece esto que tiene que ver con cómo circulan los discursos imperiales en comunidades de intereses específicos, y cómo actores vinculados al Ministerio del Interior y Justicia empiezan a tener acceso de textos de think tanks estadounidenses.

Porque no es que los discursos imperiales se posicionan a través del embajador, funcionan a través de mecanismos mucho menos visibles. Recordemos que los que pusieron en la palestra estas narrativas por primera vez en el país, que asociaban los grupos delincuenciales con terrorismo y con actores polìticos, fueron ministros del interior que venían del mundo de la inteligencia, una comunidad donde circulan determinados saberes y tecnologías generalmente fomentados por los grandes centros del poder mundial, como Estados Unidos. Discursos parecidos, que asocian grupos delictivos con organizaciones terroristas y grupos políticos, fueron usados en Centroamérica, Colombia y Brasil, por ejemplo.

Pero además, paradójicamente se termina legitimando y acreditando a este tipo de práctica y actores entre sectores ajenos a ellos. Pero, para ilustrar este punto de cómo termina ensalzando esto, te pongo el ejemplo de una conversación que tuve en el 2015 con el jefe de la banda de una zona donde yo hago trabajo de campo. 

Le digo: 

“- El gobierno dice que ustedes son paramilitares”. 

Él me mira, mientras manipula con la Glock de colores estridentes y el peine pa’ fuera.   

Le reitero:

“- ¿Ustedes lo son? ¿Tienen vínculo con paramilitares?”

“- Claro que somos, porque mira tú ve’ esta -y me enseña el arma-, si por ahí entran los militares, ¡los vamos a parar con esta! ¡Vamos a ser los ‘para-militares’!” 

Es decir, ¡no tenía idea de lo que estaba hablando! Lo que sí te puedo decir es que La Cota era la gran plaza de drogas de Caracas, y por tanto, con contacto directo con Colombia. Y el narcotráfico de Colombia está muy vinculado con grupos conectados con la insurgencia o la disidencia de la insurgencia, como fracciones de la FARC y grupo paramilitares que trabajan juntos, porque en este mundo del delito se aplica aquella máxima del business is business, las diferencias ideológicas no nos interesan, acá el asunto es el dinero. 

Pero, lo que me parece más grave de esta narrativa conspirativa es que realza a la oposición y al paramilitarismo, y los asocia a una banda que tiene prestigio entre los jóvenes excluidos de los sectores populares de la ciudad. Esto puede más bien tener un efecto paradójico de ensalzamiento de estos referentes.

SEPA MÁS → El papel que jugaron las Zonas de Paz

Andrés Antillano nos habla sobre el papel que jugaron las Zonas de Paz en estos procesos:

Hay mucho mito sobre las Zonas de Paz. Fue un proyecto truncado, un proyecto mal formulado, mal implementado, y aplicado tardíamente (2012-2013), por quien era uno de los viceministros de relaciones interiores. Creo que fue un intento de copiar algunas experiencias exitosas, otras fracasadas, que se habían hecho en otros lados, de pactos entre pandillas. 

Hay un mito al respecto: aquí la policía nunca ha actuado como un reforzador de la ley, de aplicar la ley. La policía le aplica la ley a los pendejos. Realmente la dinámica regulación de la violencia que utilizaba la policía era una dinámica más bien informal.  

La policía  siempre había gobernado el delito a través de una suerte de acuerdo informal e implícito: “tú no te comes la luz, no hagas nada que te haga brillar, y pagas tu multa”. Es decir, “si tú te matas con la pandilla de al lado, yo no me meto en eso con tal de que me des mi dinero. Ahora si tú matas a una persona del este de la ciudad, ahí sí te comiste la luz, vamos por ti”.  

Esa era la lógica, los malandros entendían que esos eran los términos: delitos de poca monta y pagar su cuota de extorsión. No había ningún problema. 

Con las Zonas de Paz, la policía nunca dejó de cobrar las extorsiones. 

La Zonas de Paz es un gran mito; eso nunca funcionó, o al menos en Caracas, dicen que en barlovento [sí], no lo sé. La policía seguía haciendo incursiones a aquellos barrios que supuestamente funcionaban como “Zonas de Paz”, para extorsionar a los delincuentes que siempre habían extorsionado. Pero con el fortalecimiento de las bandas, como efecto del encarcelamiento masivo, el equilibrio que sostenía ese pacto implícito e informal se rompió. Las bandas se negaban a pagar la “multa” y empezaron a realizar operaciones de cada vez mayor envergadura que pusieron la mira sobre ellas.