De plato en plato, de pago en pago, de trabajo en trabajo
Si hacemos un mapita de los sucesos importantes, históricos y trascendentes que ha vivido Venezuela y su población desde 2017, tendríamos material inédito y para nada aburrido de cómo la venezolanidad anda de peo en peo y continúa, sin pausa pero sin prisa, su vida. Los memes se han encargado de sistematizar los hechos, de hacernos reír y de mantener una memoria digital y colectiva de nuestra historia reciente. ¿Quién va a olvidar los cambures cuando la yque “toma de Caracas” de Guaidó?
Pero si hablamos de la historia de los últimos años vista con los ojos de las mujeres y sentida desde su estómago y su útero, habría muchísimo más de lo que hablar y otras formas de pensar la realidad. Rapidito pa’ ponernos en contexto: al bloqueo de 2015 y a la crisis económica agravada en 2017 le agregamos ahora la pandemia del COVID-19, donde sus embates recrudecen una situación que era por demás compleja.
En la calle ahí delante de nosotres empezamos a ver niños y niñas comiendo de la basura, deterioro sostenido de servicios básicos y públicos y aumento del costo de la vida. Pero también en la calle, sólo que menos evidente, empezaba a pasar una indefensión de lxs niñxs ante la migración; situaciones de abandono o de movilidad insegura; adolescentes asumiendo el rol de madres y cuidadoras; intercambio de sexo por comida y prostitución, redes de trata y tráfico; uniones, matrimonios y embarazos a temprana edad; intensificación de la brecha digital y de acceso a la Educación Sexual Integral, comprensiva e inclusiva; desempleo, disminución de la economía formal y aumento de la economía informal; recrudecimiento de la feminización de la pobreza. Namás pa hacer un resumencito.
Ahora, al panorama general de la crisis y la pérdida de derechos viene el crecimiento financiero exponencial del último año. Es una imagen por demás interesante, un caramelito para los estudiosos europeos y gringos que nos quieren mansplainear nuestra identidad y nuestros problemas.
La señora Z, mi vecina, hace los pancitos redondos más deliciosos que he comido en mucho tiempo. Me recuerdan a los panes que mi abuela nos horneaba. Son redonditos, esponjocitos pero la corteza es crujiente. Los tuestas, les echas mantequilla y los acompañas con un cafecito y listo. En el pan de la señora Z. Una vaina pa’ buena. Además, te hace donas, brownies, golfeados, besitos de coco. La señora Z vive en frente, ¿tú mentiendes? En frente. Seis panes redondos cuestan 0.50 de dólar. Cae el bono y listo, mensajito de WhatsApp y nos los tiene listos.
Pero nosotres no sabemos qué más hace la señora Z; en su casa viven al menos seis personas y vendiendo pancitos no se cubre el presupuesto familiar del mes. ¿Qué más hace? ¿Dónde trabaja? ¿Baja pa’ Caracas? ¿Será que da clases online? ¿Será que los pancitos más ricos que me he comido son su rebusque, o son su emprendimiento, o son ambas cosas?
Es, indiscutiblemente, la jefa de hogar y la jefa de familia, y de que se le devuelve se le devuelve porque si bien ella nos surte acá en esta zonita de los Altos Mirandinos donde hace un frío que nadie cree ni nadie registra, siempre tiene materia prima para hacer y siempre tiene mercancía para vender. ¿Será que le distribuye a un local cerca, vale?
Vamos a preguntarnos, ¿cuál es el motor de las mujeres en Venezuela? ¿Qué las mueve?
El motor de la mujer venezolana es atender a su familia, listo. Nuestra sociedad se centra en lo familiar. El mal llamado «amor de madre» que justifica cargas insostenibles y relaciones maltratadoras y explotadoras, es lo que produce que las mujeres pasen incluso por encima de sus propias necesidades para atender a sus familias en lo doméstico y en lo económico principalmente.
Según el Censo Poblacional de 2011, 40% de las jefaturas de hogar estaban a cargo de mujeres, por lo que podemos deducir que los principales temas que movilizan a las venezolanas están vinculados con la alimentación y salud de los miembros de sus familias. Según el reporte de la OIT en 2018, en los países americanos las mujeres pasan cerca de 268 minutos al día en trabajo doméstico y 175 minutos en trabajo pago, sumando un total de 442 minutos. Los hombres pasan un aproximado de 155 en trabajo doméstico, 268 minutos en trabajo pago sumando un total de 423 minutos de trabajo dedicado.
Realmente, ¿ustedes se han preguntado por qué las mujeres son las primeras en levantarse y las últimas en acostarse? ¿Quizá lo hayan argumentado con «es que mi mamá es muy arrecha, lo hace todo»? Es tan arrecha que tiene esa casa al peluche y sale a trabajar toiticos los días. Tiene lo privado y lo público resuelto, ajá.
La dimensión que históricamente no podemos ver, la que hemos mantenido oculta en el espectro de la casa, del hogar, es la privada. El espacio que todavía nos hace pensar que tiene sentido que las mujeres se queden en la casa atendiendo el hogar, los niños y la cocina, y que quizá no están tan preparadas para trabajos especializados como los hombres.
Y la de salir a la calle a chambear y a socializar, la que sí podemos ver, es la dimensión pública. Y es la que, en contraposición a la anterior, nos ha enseñado también que es la dimensión de los hombres. Eso, dividir los espacios en masculinos y femeninos, parte de la sexualización del trabajo que ha devenido en que las mujeres se carguen de una cantidad de tareas casi insostenible y por demás injusta, porque ahora no sólo cocinamos, limpiamos y criamos, sino que con los derechos laborales pues ahora también salimos a trabajar y se nos dice que lo tenemos que hacer todo porque el trabajo de hogar no es trabajo. Ajá, dale papi. Plancha tu vaina, lava los corotos, deja a los carajitos arreglados, báñate y ponte medio decente y estate en la oficina a las 8.30, o llega a tiempo pal Zoom de las 9. Suerte. Eso cuando tienes agua.
Estos espacios, el público y el privado, son mediados también por las condiciones sociales y económicas en que las mujeres están, y en la situación política, económica y social en la que se encuentra el territorio donde hacen vida. Vivir en Caracas no es vivir en Santa Elena de Uairen, y vivir en José Félix Ribas no es vivir en Prados del Este.
La era de los bodegones
De 2021 para acá hemos visto un crecimiento financiero indiscutible en el país (que no es lo mismo que un crecimiento generalizado del poder adquisitivo. Vamoakalmarno). Hagan este ejercicio: la próxima vez que salgan en camioneta, metro, moto taxi o carro propio, cuenten la cantidad de bodegones/restaurantes/puestos nuevos que pueden identificar. Ya la pregunta clave se la hace todo el mundo: ¿de dónde salieron las lukas para esto? Siempre, a modo de chiste, saldrá alguien a decir «Bueno, están lavando plata. Las Mercedes parece Cúcuta».
Por un lado están los bodegones caracterizan por tener productos importados que antes no se conseguían en Venezuela; por otro está la cantidad de restaurantes con fachadas de lujo que no son precisamente solidarios con los precios (¿quién come allí?) y luego están los negocitos, las bodegas, los abastos que han ido surgiendo que si bien venden productos de la cesta básica tienen su buen pote de 3 litros de Nutella y su gran pote de mantequilla de Maní porque el punto en común, el boom, el quid de la cuestión, es que los tres negocios venden productos importados.
Crecimiento financiero no es igual a acceso equitativo a bienes y servicios por la generalidad de la población, significa —también— que hay una gente ahí haciéndose millonaria mientras la brecha de clases aumenta. Es decir, el hecho de que ahora te puedas comer un sushi, comer en food truck o darte un gustico en El Hatillo no quiere decir que la comunidad de Hornos de Cal también lo está haciendo.
En septiembre de 2020 pagar con Pago Móvil en Caracas era un suplicio. Ahorita, marzo de 2022, el negocito familiar de las cervezas y el hielo en Palo Verde acepta Zelle, AirTm, Reserve, Paypal, Binance, Pago Móvil y efectivo, y claro, tiene delivery. Fuerevaina nuestro poder de «ah bueno si la cuenta son 14 y tengo un billete de 20, dame 10 en efectivo y cóbrate 6 por la tarjeta» es una operación cognitiva veloz, especializada y avanzada. O, «ok, hazle un Zelle a hhh@gmail.com, él le pasa eso por crypto a mi tía y ella me lo pasa en efectivo a mi». In. Va. Lua. Ble.
Conocimiento pal mundo, súper poderes, altas mentes.
Hablemos entonces del delivery, de los deliveris y de los deliverers; del boom de los negocios de comida, de las plataformas digitales para pedir comida a domicilio, de las ofertas, y de quiénes realmente tienen acceso a pedir comida llevada a su casita. Esa pregunta pasa por varias dimensiones, y aunque es una realidad que en Caracas parece ser «normal» decir «ahorita todo el mundo pide por delivery» es el resultado de alta enajenación y de una fluctuación en el poder adquisitivo: primero, «comida llevada a tu casita» pasa por pensar si tienes casita donde vivir (si es propia, alquilada, al cuido, estadía temporal mediante palabreo, etc.) y por dónde está ubicada esa casita porque el Yummy Rider te dejará tu pedido en la Av. San Martín, pero no va a subir a la Tercera Vuelta del Atlántico, ¿ves?
Ahora, pensémoslo desde una dimensión del género, ¿quiénes son las mujeres que tienen acceso a esos servicios, que los pueden pagar y que disfrutan de ellos? Porque también es verdad que ahora hay gente que cobra en dólares con trabajos que están fuera de Venezuela (la clase media y sus amplias sub-variables categóricas en Venezuela), manteniendo esas relaciones laborales de forma remota permitido y promovido a raíz de las restricciones que nos trajo la pandemia.
Pensémoslo también bajo la dimensión económica porque, chamo, pedir comida sale caro. La gente se queja de una franela cuesta $14 en una tienda online en Instagram, pero son les mismes que van y pagan 60 roles de sushi en 20 dólares. Un sushi que van a digerir, osea.
La cosa es que claro, después de esa pelazón de bolas de la que veníamos (¿veníamos?), precarización de la vida, bloqueo, amenaza, dificultad para pagar hasta una canilla, si tienes Yummy o Pedidos Ya y unos cobres ese viernes, suéltala mirreina. «Me lo merezco».
¿Quiénes son las mujeres emprendedoras que se están beneficiando de esas plataformas? ¿Están participando de modalidades híbridas del trabajo o igual tienen que ir a la trabajación de lunes a viernes? También pasa que la señora de la bodega de la esquina montó su negocio ante la precarización de sueldos y acceso al trabajo en el país. Es decir, «bueno si no consigo chamba bien remunerada porque el sueldo mínimo es un chiste cruel, yo misma me la hago y no le rindo cuentas a nadie que me explote».
Salir del foso del retrogradismo financiero para empoderarnos en nuevas tecnologías que permiten autogestión es un batacazo, especialmente cuando las mujeres somos las últimas en tener acceso a una educación financiera (así sea un aprendizaje por puro pragmatismo), y menos que menos, a una autogestión de nuestros ingresos sin que sean controlados por figuras masculinas. Pero qué realmente pasa con las mujeres que no tienen acceso a esas plataformas, que tienen más de cuatro chamos, que viven en las faldas de los barrios y en las zonas rurales, que no tienen ningún tipo de servicio básico, y que no, no están empleadas por ninguna institución del Estado.
Sin independencia económica y laboral los problemas siguen siendo…
…Todos los que venimos hablando: hay una contradicción boleta en una sociedad que es paternalista y sobreprotectora de las niñas, pero que al mismo tiempo las hipersexualiza y objetifica producto de que se sigue viendo a las niñas y a las mujeres como propiedad de las figuras masculinas. Eso cruza cada una de las esferas de la vida, desde lo privado (lo doméstico) hasta lo público (lo laboral, lo económico y lo social).
Por eso es que aún es normal que en Venezuela, a pesar de que estamos rodeades de «tipas arrechas», la gente dude que una mujer montó su negocio sola, que los padres nos pregunten que pa qué vamos a estudiar eso, que los novios nos controlen la cuenta del Venezuela y que la familia insista en que a las niñas hay que enseñarlas a hacer oficio y a los varones a agarrar culitos: «creamos princesitas indefensas y machitos violentos».
Hace falta formación urgente (a docentes, trabajadores de instituciones públicas, cuerpos de seguridad, comunidad médica) con perspectiva de género en derechos de las niñas, adolescentes y mujeres, deconstruyendo los estereotipos y roles de género y la biologización de la sexualidad, y hacen falta campañas a escala nacional sostenidas en el tiempo que apoyen la educación e independencia financiera, reconozcan el cuido doméstico, hablen sobre derechos sexuales y derechos reproductivos y visibilicen la violencia doméstica y el femicidio.