Ser migrante es asumirse fuera de la zona de confort a la que se acostumbraba a vivir en Venezuela. Yo en lo personal no me he desconectado de mi tierra: sigo hablando con mi acento, sigo comiendo arepa, caraotas con pasta y todo lo que me gusta en términos de nuestros sabores. Eso me hace tener a mi cultura hoy más que nunca en resistencia. Además, vivo mis remembranzas continuas, de mi salsa y del vacilón caraqueño; cómo extraño esas tertulias infinitas hablando de salsa y política con un poco de cervecitas, y cómo no recordar mi bares, esos sí que son irremplazables y mira que Buenos Aires los tiene de sobra.
Ya tengo más de 6 años fuera de mi país y, aunque parezca poco, un año fuera es una eternidad. No soy de ser muy amigo de la gente local, ya que siempre me junto con mi gente, vivo con venezolanos y mi círculo es venezolano. Los pocos o muchos argentines que conozco no los frecuento mucho y siempre paso tiempo sin saber de ellos; no es que uno no sea abierto a cultivar los vínculos, en lo personal a mi se me ha dado de esa forma y tiene que ver más con el trabajo y resolver la vida que con otra cosa.
Para mí es difícil hablar del país que me recibió y hablar mal es poco serio cuando se vive acá. Además, la mayoría de los argentinos que conozco son de espacios militantes o personas politizadas, cosa que para mi ha sido importante porque el argentino politizado es solidario por naturaleza, aquí no estoy vinculado a la política, ni a ningún espacio de construcción, me dedico es a camellar y con el poco tiempo que me queda me ha resultado poco atractivo dedicarle tiempo a una causa o a una búsqueda concreta en lo que políticamente corresponda en dichos espacios; en el tiempo libre visito a las yuntas y también me pongo a pintar, cosa que me ha ayudado enormemente a sobrellevar esta última etapa de mi vida acá, el arte definitivamente es refugio, y aclaro no vayan a decir las malas lenguas que ando en vainas raras, compatriotas yo no claudico en mis pensamientos, ni en la forma de ver la política, sigo ideológicamente estando del lado que siempre he estado y nunca capitulare contra mis ideales.
Un poco ser migrante es entender las problemáticas que nos atraviesan: salarios bajos, trabajos precarizados, jornadas de 10, 12 y 14 horas, y otras más. Pero, ¡ojo! Siempre hay que entender el contexto, darle coherencia a lo que nos atraviesa y transversaliza como sociedades latinoamericanas. La realidad migrante es difícil, pero no solo el migrante se aqueja de estos problemas, esto viene en crecimiento y es una problemática que está atravesando el continente, no somos los únicos. Aquí el pueblo humilde y trabajador de las periferias sufre esta vorágine y hasta peor se los puedo asegurar, deberían ver la cantidad de gente que viene a esta ciudad a ganar y buscar el pan con sudor.
Hay una parte de la migración venezolana que tiene otra cara. Es más aspiracional, ya que en su mayoría, o una gran parte, son profesionales calificados, y por ello, muchos ejercen sus profesiones. Este sector migrante le está disputando ciudad a los porteños, hay una cantidad de venezolanos comerciantes, con restaurantes, con negocios, con carros, con motos, con departamento propios, que están buscando su vida. Otro sector migrante que viene creciendo es el que está, en términos económicos, buscando independencia. Son una nueva secta, ¡los emprendedores! Que no son otra cosa que la pobreza vivida con glamour como diría Boaventura De Sousa Santos, ese discursito neoliberal que cala en ciertos sectores migrantes disfrazado de coaching, autoayuda, emprendedurismo etc., etc., etc.
Para finalizar estas líneas quiero decir: No ha sido fácil para nadie, ni para los que se quedaron, ni para lo que se fueron porque de pana todo es una paridera. Mi recorrido fuera siempre tiene ese sin sabor de querer estar en mi país y miren que nunca he extrañado mi país desde ese imaginario colectivo muy lava cerebro que tiene la mayoría en su cabeza del cuatro en el corazón, de la idea paisajista que yo soy desierto, selva, nieve y volcán, de paso ¿cuál volcán? A mi, ese idilio de Los Roques, Canaima, el Roraima y todo lo que se le ocurra al otro para decir que soy Venezuela a mi no me llega y disculpen los dolientes que van a salir a leerme; yo personalmente me siento venezolano con el discurso de la República, con la gesta histórica de los libertadores, con la fuerza espiritual de nuestros antepasados. Y, sobre todo, con mis relatos de existencia y mi origen popular de barrio, es así que hoy mañana y siempre me sentiré un patriota venezolano. Un saludo a todos en mi terruño.