Desde muy temprana edad mi vida ha estado caracterizada por el movimiento. El hecho de tener “principios” no implicó ser “estático” frente a un mundo permanentemente en cambio: De Caracas -mi ciudad natal- a Maracay -mi ciudad de crianza-, para luego retornar a Caracas -ciudad de mis estudios superiores y, posterior trabajo-. ¡Por cierto! Este ha sido un viaje sin retorno que aún hace latir mi corazón, una migración de mi esencia, un movimiento que se hizo invisible ante las apariencias.
Con el pasar de los años, -buscando moverme-, conocí otras latitudes, nuevas expresiones, radicales experiencias. Allí me encontré con otra diversidad, una “otredad” tan rica que aún quedan sus destellos en mi imaginario.
Habitualmente hablar de la migración se convierte en un campo minado repleto de “lugares comunes”. Y cuando me refiero a un “lugar común” me refiero a los “clichés” con los cuales en la práctica se prefabrican, empaquetan y venden ciertos “consensos” “negativos” y/o “positivos” de la migración. Pues resulta que para esta sensible temática no solamente hay Mainstream posible. Las experiencias -más allá de las estadísticas- son también muy particulares, muy personales, incluso íntimas, introspectivas. Por esa y otras razones, quiero compartir estas cortas historias, historias hasta hoy privadas, experiencias que se grabaron en mi ser como tinta indeleble:
- Una vez, un chico con el que estudiaba el idioma del país en el había decidido estudiar, a la hora de hacernos preguntas para conocernos como parte de las mismas tareas del curso, le pregunté sobre su familia y él de forma muy honesta sin perder la sensibilidad me dijo: “todos murieron en la guerra”. Él había venido muy niño desde Afganistán y sus ojos denotaban una tristeza tan profunda que me dio la lección de aprender a amar más aún la vida que antes.
- Lo mismo me pasó con otro compañero de clase. Cuándo él me preguntó cómo arrivé yo a ese país, le comenté de forma muy espontánea y quasi normalizada: “me vine en avión”. Él no lo podía creer: “¿En serio?, me preguntó”. Pues él había llegado desde Libia, después de navegar en una embarcación sobrecargada de personas… Su hermanita menor y algunos de sus colegas fallecieron ahogados después de haber naufragado.
- Un par de años después cuando regresé a esa ciudad para visitar a unos amigos venezolanos, me conseguí con uno de ellos: él estaba de novio de una nativa del país, hablaba perfecto el idioma, estaba estudiando y estaba algo sonriente. Días después me conseguí al otro compañero, y estaba trabajando en una barbería, me cortó el cabello y luego me invitó a tomar un café para echarnos los cuentos: estaba lleno de sueños y expectativas. Aunque sus vidas cambiaron con la guerra y la muerte, habían podido sortearla y comenzar un nuevo camino lleno -por supuesto- de escabrosas diferencias culturales y religiosas, pero con una dignidad inigualable.
Mi historia es menos controversial: yo siempre tuve la ilusión de estudiar, formarme, crecer intelectualmente. En ese camino he aprendido a escuchar más, a poner mayor atención a los detalles, a reconocer que en las diferencias no solo hay limitaciones sino también muchísima potencia, a valorar aún más la importancia de la espiritualidad. Me gustaría decirles que para mí la migración no es más que movimiento: el movimiento en tanto un río que siempre fluye, no es “lugar común”. Movimiento no es progreso o evolución es cambio y transformación. Desde mi movimiento (que algunos llamarían “migración”) me he transformado: Enamorándome de lo que hago, de lo que quiero ser y de lo que quiero aportar a este mundo; enamorándome desde el reconocimiento de que somos individuos con aspiraciones pero que tenemos un vínculo umbilical con nuestra gente, con nuestros semejantes.
Donde ahora estoy no importa mucho, porque el cambio en estos años de Migrante ha sido tan profundo y sustancioso que ahora me siento un ciudadano del mundo -con pasaporte venezolano-, pero amando a la humanidad en esa mirada de que todos somos iguales porque respiramos el mismo aire y habitamos el mismo planeta.