Afganistán: El Fin de la Ocupación

por Sep 10, 2021Política y Participación


Qué difícil es interpretar y comprender los hechos que suceden a lo ancho y largo del planeta cuando uno se atiene a la historia que nos cuentan las cadenas trasnacionales de comunicación.

¿Cómo se puede comprender, por ejemplo, la derrota militar de la principal potencia del planeta en un país pequeño, pobre, rural y sin industria como Afganistán?

¿Cómo es posible que un grupo de militantes fundamentalistas islámicos pudiera ganar una guerra de 20 años contra un adversario no solo infinitamente más poderoso en lo militar sino que además implantó una democracia liberal y defendió la libertad y la igualdad de derechos de las mujeres afganas?

Todos sabemos que la victoria de una guerrilla sobre un enemigo así solo se da con un amplio y militante apoyo popular. ¿Y por qué son populares los talibanes? Y estos talibanes ¿son los mismos del 2001?

Esta y otras interrogantes quedan sin respuesta en las noticias que nos llegan. Por suerte de vez en cuando aparece un texto iluminador que despeja la niebla y nos ayuda a comprender.

De este tipo es «Afganistán: El Fin de la Ocupación» por Nancy Lindisfarne y Jonathan Neale. En él los autores, con amplia experiencia sobre el terreno, dan un amplio contexto histórico y hacen (y defienden) algunas afirmaciones que, no sin cierta polémica, alimentan la lectura tanto de las causas de la derrota norteamericana como de las posibles implicaciones para su hegemonía política y militar.


Fuente: Revista De Frente | Escrito por: Nancy Lindisfarne y Jonathan Neale | Traducción de: Miguel Silva

Fecha original de publicación: 27 de agosto de 2021

Nancy Lindisfarne enseñó antropología en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos durante muchos años. Es autora de Bartered Brides: Politics, Gender and Marriage in an Afghan Tribal Society y la colección de cuentos Dancing in Damascus,  y coeditora de Dislocating Masculinity and Masculinities under Neoliberalism. Su libro Thank God We We Secular: Gender, Islam and Turkish Republicanism está en turco e inglés, y su libro con Richard Tapper sobre Afghan Village Voices se publicó en 2020. (Fuente: SOAS).

Jonathan Neale es autor de once obras de teatro, tres novelas, dos libros para niños y varios ensayos, entre ellos, «Cómo detener el calentamiento global y cambiar el mundo». Es doctor en Historia Social por la Universidad de Warwick, Inglaterra. Especialista en la guerra que enfrentó a Vietnam con Estados Unidos, ha publicado también numerosos artículos sobre ella y el libro The American War: Vietnam 1960-1975. (Fuente: El Viejo Topo).

Nancy Lindisfarne y Jonathan Neale ofrecen un análisis esencial de la situación actual en Afganistán y cómo se ha llegado hasta aquí.

En Gran Bretaña y Estados Unidos se escriben muchas tonterías sobre Afganistán. La mayoría de estas tonterías ocultan una serie de verdades importantes.

En primer lugar: los talibanes han derrotado a Estados Unidos.

Segundo: los talibanes han ganado porque tienen más apoyo popular.

Tercero, esto no se debe a que la mayoría de los afganos amen a los talibanes. Es porque la ocupación estadounidense ha sido insoportablemente cruel y corrupta.

En cuarto lugar: la “Guerra contra el Terror” también ha sido derrotada políticamente en Estados Unidos. La mayoría de la población estadounidense está ahora a favor de la retirada de Afganistán y en contra de más guerras en el extranjero.

Quinto: este es un punto de inflexión en la historia del mundo. La mayor potencia militar ha sido derrotada por el pueblo de un país pequeño y desesperadamente pobre. Esto debilitará el poder del imperio estadounidense en todo el mundo.

En sexto lugar: la retórica de salvar a las mujeres afganas se ha utilizado ampliamente para justificar la ocupación, y muchas feministas de Afganistán han elegido el lado de la ocupación. El resultado es una tragedia para el feminismo.

Este artículo explica estos puntos. Como se trata de un artículo breve, afirmamos más de lo que demostramos. Pero hemos escrito mucho sobre el género, la política y la guerra en Afganistán desde que hicimos trabajo de campo allí como antropólogos, hace casi cincuenta años. Al final de este artículo ofrecemos los enlaces a una gran parte de nuestro trabajo, para que puedan explorar nuestros argumentos con más detalle.[1]

Una victoria militar

Esta es una victoria militar y política para los talibanes. Es una victoria militar porque los talibanes han ganado la guerra. Desde hace al menos dos años, las fuerzas gubernamentales afganas —el ejército nacional y la policía— pierden más hombres entre muertos y heridos que los que reclutan. Así que esas fuerzas se están reduciendo.

En los últimos diez años, los talibanes han ido tomando el control de más pueblos y algunas ciudades. En doce días de agosto tomaron todas las ciudades.

No se trató de un avance relámpago a través de las ciudades y luego hacia Kabul. La gente que tomó cada ciudad llevaba mucho tiempo en los alrededores, en los pueblos, esperando el momento adecuado. Y lo más importante, en todo el norte los talibanes habían estado reclutando constantemente a tayikos, uzbekos y árabes.

Esta es también una victoria política para los talibanes. Ninguna insurgencia guerrillera en la tierra puede obtener tales victorias sin apoyo popular.

Aunque quizás apoyo no sea la palabra correcta. Es más bien que los afganos han tenido que elegir un bando. Y son más los afganos que han elegido el lado de los talibanes que el de los ocupantes estadounidenses. No todos, solo más.

También son más los afganos los que han elegido el lado de los talibanes que el del gobierno afgano del presidente Ashraf Ghani. De nuevo, no son todos, solo son más de los que apoyan a Ghani. Y más afganos han elegido ponerse del lado de los talibanes que de los antiguos caudillos. La derrota de Dostum en Sheberghan y de Ismail Khan en Herat es una prueba contundente de ello.

Los talibanes de 2001 eran mayoritariamente pastunes y su política era chovinista. En 2021, combatientes talibanes de muchas etnias han tomado el poder en zonas dominadas por uzbekos y tayikos.

La importante excepción son las zonas dominadas por los hazara en las montañas centrales. Volveremos a esta excepción.

Por supuesto, no todos los afganos han decidido ponerse del lado de los talibanes. Esta es una guerra contra los invasores extranjeros, pero también es una guerra civil. Muchos han luchado por los estadounidenses, el gobierno o los caudillos. Muchos más han llegado a compromisos con ambos bandos para sobrevivir. Y muchos otros no estaban seguros de qué lado tomar y están esperando con diferentes niveles de miedo y esperanza a ver qué pasa.

Dado que se trata de una derrota militar para la potencia estadounidense, los llamamientos a Biden para que haga una cosa o la otra son simplemente una tontería. Si las tropas estadounidenses hubieran permanecido en Afganistán, habrían tenido que rendirse o morir. Esto, para el poder estadounidense, sería una humillación aún peor que la debacle actual. Biden, como Trump antes que él, se quedó sin opciones.

Fuente: Telesur.

¿Por qué tantos afganos eligieron a los talibanes?

El hecho de que más personas hayan elegido a los talibanes no significa que la mayoría de los afganos apoyen necesariamente a los talibanes. Significa que, dadas las limitadas opciones disponibles, esa es la elección que han hecho. ¿Por qué?

La respuesta breve es que los talibanes son la única organización política importante que lucha contra la ocupación estadounidense, y la mayoría de los afganos han llegado a odiar esta ocupación.

No siempre fue así. EEUU envió por primera vez aviones bombarderos y algunas tropas a Afganistán un mes después del 11-S. Estados Unidos contó con el apoyo de las fuerzas de la Alianza del Norte, una coalición de caudillos no pastunes en el norte del país. Pero los soldados y líderes de la Alianza no estaban realmente dispuestos a luchar junto a los estadounidenses. Dada la larga historia de resistencia afgana a la invasión extranjera, la más reciente a la ocupación rusa de 1980 a 1987, eso sería demasiado vergonzoso.

Por otro lado, sin embargo, casi nadie estaba dispuesto a luchar para defender al gobierno talibán entonces en el poder. Las tropas de la Alianza del Norte y los talibanes se enfrentaron en una guerra falsa. Entonces, Estados Unidos, los británicos y sus aliados extranjeros comenzaron a bombardear.

Los servicios militares y de inteligencia paquistaníes negociaron el fin del estancamiento. Se permitiría a EEUU tomar el poder en Kabul e instalar un presidente de su elección. A cambio, se permitiría a los líderes y a las bases talibanes regresar a sus pueblos o exiliarse al otro lado de la frontera, en Pakistán.

Por razones obvias, este acuerdo no fue muy publicitado en Estados Unidos y Europa en su momento, pero nosotros informamos sobre él, y fue ampliamente comprendido en Afganistán.

La mejor prueba de este acuerdo negociado es lo que ocurrió después. Durante dos años no hubo resistencia a la ocupación estadounidense. Ninguna, en ningún pueblo, aunque miles de antiguos talibanes permanecieron en esos mismos pueblos.

Este es un hecho extraordinario. Pensemos en el contraste con Irak, donde la resistencia fue generalizada desde el primer día de la ocupación en 2003. O en la invasión rusa de Afganistán a finales de 1979, que se encontró con el mismo muro de ira.

La razón no fue simplemente que los talibanes no lucharon. Fue que la gente común, incluso en el corazón de los talibanes en el sur, se atrevió a esperar que la ocupación estadounidense traería la paz a Afganistán y desarrollaría la economía para acabar con la terrible pobreza.

La paz era crucial. En 2001 los afganos llevaban veintitrés años atrapados en la guerra, primero una guerra civil entre comunistas e islamistas, luego una guerra entre islamistas e invasores soviéticos, después una guerra entre señores de la guerra islamistas, y luego una guerra en el norte del país entre caudillos islamistas y talibanes.

Veintitrés años de guerra significaron muerte, mutilación, exilio y campos de refugiados, pobreza, muchos tipos de dolor y un miedo y ansiedad interminables. Quizás el mejor libro sobre lo que se vivió es el de Klaits y Gulmanadova Klaits, Love and War in Afghanistan (2005). La gente estaba desesperada por la paz. En 2001, incluso los partidarios de los talibanes consideraban que una mala paz era mejor que una buena guerra.

Además, Estados Unidos era fabulosamente rico. Los afganos creían que la ocupación podría conducir al desarrollo que los rescataría de la pobreza.

Los afganos esperaron. EEUU les dio la guerra, no la paz.

Los militares estadounidenses y británicos ocuparon bases en todas las aldeas y pequeñas ciudades del corazón de los talibanes, las zonas principalmente pastunes del sur y el este. A estas unidades nunca se les informó del acuerdo informal negociado entre los estadounidenses y los talibanes. No se les podía decir, porque eso avergonzaría al gobierno del presidente Bush. Así que las unidades estadounidenses consideraron que su misión era erradicar a los ‘malos’ restantes, que obviamente seguían allí.

Las incursiones nocturnas se estrellaron contra las puertas, humillando y aterrorizando a las familias, llevándose a los hombres a ser torturados para obtener información sobre otros malos. Fue aquí, y en puntos oscuros de todo el mundo, donde los militares y los servicios de inteligencia estadounidenses desarrollaron los nuevos estilos de tortura que el mundo vislumbraría brevemente desde Abu Ghraib, la prisión estadounidense de Irak.

Algunos de los hombres detenidos eran talibanes que no habían combatido. Otros eran simplemente personas delatadas a los estadounidenses por enemigos locales que codiciaban sus tierras o les guardaban rencor.

Las memorias del soldado estadounidense Johnny Rico, Blood Makes the Grass Grow Green ofrecen un relato útil de lo que ocurrió después. Los familiares y aldeanos indignados dispararon a los estadounidenses en la oscuridad. Los militares estadounidenses derribaron más puertas y torturaron a más hombres. Los aldeanos dispararon más. Los estadounidenses llamaron a los ataques aéreos y sus bombas mataron a una familia tras otra.

La guerra volvió al sur y al este del país.

La desigualdad y la corrupción aumentaron

Los afganos esperaban un desarrollo que permitiera elevar tanto a los ricos como a los pobres. Parecía algo tan obvio y tan fácil de hacer. Pero no entendían la política estadounidense en el exterior. Y no entendían la profunda dedicación del 1% más rico de Estados Unidos a la espiral de desigualdades en su propio país.

Así que el dinero estadounidense llegó a Afganistán. Pero fue a parar a la gente del nuevo gobierno encabezado por Hamid Karzai. Fue a parar a la gente que trabaja con los estadounidenses y las tropas de ocupación de otras naciones. Y fue a parar a los caudillos y a sus séquitos, profundamente implicados en el comercio internacional de opio y heroína facilitado por la CIA y el ejército pakistaní. Fue a parar a las personas que tenían la suerte de poseer casas de lujo y bien defendidas en Kabul, que las podían alquilar al personal expatriado. Fue a parar a los hombres y mujeres que trabajaban en ONG financiadas con fondos extranjeros.

Por supuesto, todos estos grupos se solapaban.

Los afganos estaban acostumbrados desde hacía tiempo a la corrupción. La esperaban y la odiaban. Pero esta vez la magnitud no tenía precedentes. Y a los ojos de la gente pobre y de ingresos medios, toda la nueva y obscena riqueza, sin importar cómo se hubiera obtenido, parecía ser corrupción.

Durante la última década, los talibanes han ofrecido dos cosas a todo el país. La primera es que no son corruptos, como tampoco lo eran cuando gobernaban antes de 2001. Son la única fuerza política del país de la que esto ha sido cierto.

Lo más importante es que los talibanes han gestionado un sistema judicial honesto en las zonas rurales que han controlado. Su reputación es tan alta que muchas personas involucradas en juicios civiles en las ciudades han acordado que ambas partes acudan a los jueces talibanes en el campo. Esto les permite una justicia rápida, barata y justa sin necesidad de sobornos masivos. Como la justicia es justa, ambas partes pueden vivir con ella.

Para los habitantes de las zonas controladas por los talibanes, la justicia imparcial es también una protección contra la desigualdad. Cuando los ricos pueden sobornar a los jueces, pueden hacer lo que quieran con los pobres. La tierra era lo más importante. Los hombres ricos y poderosos, los caudillos y los funcionarios del gobierno podían apoderarse, robar o engañar para ganar el control de las tierras de los pequeños agricultores y oprimir a los aparceros, aún más pobres. Pero los jueces talibanes, y todo el mundo lo entendía, estaban dispuestos a gobernar para los pobres.

El odio a la corrupción, a la desigualdad y a la ocupación se fusionaron.

20 años después

Han pasado veinte años desde 2001, cuando los talibanes cayeron en manos de los estadounidenses tras el 11-S. En veinte años de guerra y crisis se han producido enormes cambios en los movimientos políticos de masas. Los talibanes han aprendido y han cambiado. Como no podía ser de otra manera. Muchos afganos, y muchos expertos extranjeros, lo han comentado. Giustozzi ha utilizado la útil expresión neotalibán.[2]

Este cambio, tal y como se presenta públicamente, tiene varios aspectos. Los talibanes se han dado cuenta de que el chovinismo pastún era una gran debilidad. Ahora hacen hincapié en que son musulmanes, hermanos de todos los demás musulmanes, y que quieren y tienen el apoyo de los musulmanes de muchos grupos étnicos.

Pero en los últimos años se ha producido una amarga división en las fuerzas talibanes. Una minoría de combatientes y partidarios talibanes se ha aliado con el Estado Islámico. La diferencia es que el Estado Islámico lanza ataques terroristas contra chiíes, sikhs y cristianos. Los talibanes de Pakistán hacen lo mismo, al igual que la pequeña red Haqqani, patrocinada por la inteligencia pakistaní. Pero la mayoría de los talibanes han condenado consistentemente todos esos ataques.

Volveremos a hablar de esta división más adelante, ya que tiene implicaciones sobre lo que sucederá después.

Los nuevos talibanes también han hecho hincapié en su preocupación por los derechos de las mujeres. Dicen que aceptan la música y los vídeos, y que han moderado los aspectos más feroces y puritanos de su anterior gobierno. Y ahora dicen una y otra vez que quieren gobernar en paz, sin vengarse de la gente del antiguo orden.

Es difícil saber cuánto de esto es propaganda y cuánto es verdad. Además, lo que suceda a continuación depende en gran medida de lo que ocurra con la economía y de las acciones de las potencias extranjeras. De eso, hablaremos más adelante. Lo que queremos decir aquí es que los afganos tienen razones para elegir a los talibanes por sobre los estadounidenses, los caudillos y el gobierno de Ashraf Ghani.

¿Y el rescate de las mujeres afganas?

Muchos lectores se preguntarán ahora, con insistencia, pero ¿qué pasa con las mujeres afganas? La respuesta no es sencilla.

Hay que empezar por remontarse a los años 70. En todo el mundo, los sistemas particulares de desigualdad de género están enredados con un sistema particular de desigualdad de clase. Afganistán no es diferente.

Nancy realizó un trabajo de campo antropológico con mujeres y hombres pastunes en el norte del país a principios de los años setenta. Vivían de la agricultura y el pastoreo de animales. El libro posterior de Nancy, Bartered Brides: Politics and Marriage in a Tribal Society, explica las conexiones entre las divisiones de clase, género y etnia en aquella época. Y si quiere saber lo que esas mismas mujeres pensaban sobre sus vidas, problemas y alegrías, Nancy y su antiguo compañero Richard Tapper han publicado recientemente Afghan Village Voices, una traducción de muchas de las cintas que las mujeres y los hombres grabaron sobre el terreno.

Esa realidad era compleja, amarga, opresiva y llena de amor. En este sentido profundo, no era diferente de las complejidades del sexismo y la clase en Estados Unidos. Pero la tragedia del siguiente medio siglo cambiaría gran parte de eso. Ese largo sufrimiento produjo el particular sexismo de los talibanes, que no es un producto automático de la tradición afgana.

La historia de este nuevo giro comienza en 1978. Entonces comenzó la guerra civil entre el gobierno comunista y la resistencia islamista de los muyahidines. Los islamistas iban ganando, así que la Unión Soviética invadió a finales de 1979 para respaldar al gobierno comunista. Siete años de guerra brutal entre los soviéticos y los muyahidines. En 1987 las tropas soviéticas se marcharon, derrotadas.

Cuando vivíamos en Afganistán, a principios de los años 70, los comunistas eran de lo mejorcito. Les movían tres pasiones. Querían desarrollar el país. Querían acabar con el poder de los grandes terratenientes y repartir la tierra. Y querían la igualdad para las mujeres.

Pero en 1978 los comunistas habían tomado el poder mediante un golpe militar, dirigido por oficiales progresistas. No habían conseguido el apoyo político de la mayoría de los aldeanos, en un país abrumadoramente rural. El resultado fue que las únicas formas de lidiar con la resistencia islamista rural fueron la detención, la tortura y los bombardeos. Cuantas más crueldades de ese tipo cometía el ejército dirigido por los comunistas, más crecía la revuelta.

Entonces, la Unión Soviética invadió para apuntalar a los comunistas. Su principal arma fue el bombardeo desde el aire, y grandes partes del país se convirtieron en zonas de fuego libre. Entre medio millón y un millón de afganos fueron asesinados. Al menos otro millón quedó mutilado de por vida. Entre seis y ocho millones se exiliaron a Irán y Pakistán, y millones más se convirtieron en refugiados internos. Todo esto en un país de solo veinticinco millones de habitantes.

Cuando llegaron al poder, lo primero que intentaron hacer los comunistas fue la reforma agraria y la legislación sobre los derechos de las mujeres. Cuando los rusos invadieron, la mayoría de los comunistas se pusieron de su lado. Muchos de esos comunistas eran mujeres. El resultado fue asociar el feminismo con el apoyo a la tortura y la masacre.

Imagínese que su país (EE.UU.) fuera invadido por una potencia extranjera que mató a entre doce y veinticuatro millones de personas, torturó a la gente en todos los pueblos y llevó al exilio a cien millones de coetáneos. Imagine también que casi todas las feministas apoyaban a los invasores. Después de esa experiencia, ¿cómo cree que se sentiría la mayor parte de una nación ante una segunda invasión por parte de otra potencia extranjera, o ante el feminismo?

¿Cómo cree que se sienten la mayoría de las mujeres afganas ante una nueva invasión, esta vez por parte de los estadounidenses, justificada por la necesidad de rescatar a las mujeres afganas? Recuerde que esas estadísticas sobre los muertos, los mutilados y los refugiados bajo la ocupación soviética no eran números abstractos. Eran mujeres vivas, y sus hijos e hijas, maridos, hermanos y hermanas, madres y padres.

Así que cuando la URSS se fue, derrotada, la mayoría de la gente respiró aliviada. Pero entonces los líderes locales de la resistencia muyahidín se convirtieron en caudillos locales y lucharon entre sí por el botín de la victoria. La mayoría de los afganos habían apoyado a los muyahidines, pero ahora estaban asqueados por la codicia, la corrupción y la interminable guerra inútil.

Fuente: Telesur.

El origen de clase y como refugiados de los talibanes

En el otoño de 1994, los talibanes llegaron a Kandahar, una ciudad mayoritariamente pastún y la más grande del sur de Afganistán. Los talibanes no se parecían a nada anterior en la historia de Afganistán. Eran producto de dos innovaciones del siglo XX: los bombardeos aéreos y los campos de refugiados en Pakistán. Pertenecían a una clase social diferente a la de las élites que habían gobernado Afganistán.

Los comunistas habían sido hijos de las clases medias urbanas y de los agricultores de nivel medio del campo con suficiente tierra para llamarla suya. Habían sido dirigidos por personas que asistían a la única universidad del país en Kabul. Querían acabar con el poder de los grandes terratenientes y modernizar Afganistán.

Los islamistas que lucharon contra los comunistas eran hombres de clase similar y, en su mayoría, antiguos alumnos de la misma universidad. Ellos también querían modernizar el país, pero de forma diferente. Y se fijaron en las ideas de los Hermanos Musulmanes y de la Universidad de Al-Alzhar de El Cairo.

La palabra talibán significa alumnos de una escuela islámica, no de una escuela estatal o de una universidad. Los combatientes de los talibanes que entraron en Kandahar en 1994 eran jóvenes que habían estudiado en las escuelas islámicas gratuitas de los campos de refugiados de Pakistán. Habían sido niños sin nada.

Los líderes de los talibanes eran mulás de las aldeas de Afganistán. No tenían las conexiones de élite de muchos de los imanes de las mezquitas de las ciudades. Los mulás rurales sabían leer y gozaban de cierto respeto por parte de los demás aldeanos. Pero su estatus social estaba muy por debajo del de un terrateniente o un graduado de la escuela secundaria en una oficina gubernamental.

Los talibanes estaban dirigidos por un comité de doce hombres. Los doce habían perdido una mano, un pie o un ojo por las bombas soviéticas en la guerra. Los talibanes eran, entre otras cosas, el partido de los hombres pobres y medianos de las aldeas pastunes.[3]

Veinte años de guerra habían dejado a Kandahar sin ley y a merced de las milicias beligerantes. El punto de inflexión llegó cuando los talibanes persiguieron a un comandante local que había violado a un niño y a dos (posiblemente tres) mujeres. Los talibanes lo capturaron y lo colgaron. Lo que hizo sorprendente su intervención no fue solo su determinación de poner fin a las luchas internas asesinas y restaurar la dignidad y la seguridad de la gente, sino su asco ante la hipocresía de los demás islamistas.

Desde el principio, los talibanes fueron financiados por los saudíes, los estadounidenses y los militares paquistaníes. Washington quería un país pacífico que pudiera albergar los oleoductos y gasoductos de Asia Central. Los talibanes destacaban por no admitir excepciones a los mandatos que pretendían imponer y por la severidad con la que aplicaban las normas.

Muchos afganos agradecieron el regreso del orden y un mínimo de seguridad, pero los talibanes eran sectarios e incapaces de controlar el país y, en 1996, los estadounidenses les retiraron su apoyo. Cuando lo hicieron, desataron una nueva y mortal versión de la islamofobia contra los talibanes.

Casi de la noche a la mañana, las mujeres afganas fueron consideradas indefensas y oprimidas, mientras que los hombres afganos —también conocidos como talibanes— fueron execrados como salvajes fanáticos, pedófilos y sádicos patriarcas, apenas personas.

Durante cuatro años antes del 11-S, los talibanes habían sido el objetivo de los estadounidenses, mientras que las feministas y otras personas clamaban por la protección de las mujeres afganas. Cuando comenzaron los bombardeos estadounidenses, todo el mundo debía entender que las mujeres afganas necesitaban ayuda. ¿Qué podría salir mal?

El 11-S y la guerra de Estados Unidos

Los bombardeos comenzaron el 7 de octubre de 2001. En pocos días, los talibanes se habían visto obligados a esconderse —o fueron literalmente castrados—, como celebraba una fotografía en la portada del periódico británico de derechas, el Daily Mail. Las imágenes publicadas de la guerra eran realmente impactantes por la violencia y el sadismo que retrataban. Mucha gente en Europa estaba horrorizada por la magnitud de los bombardeos y el absoluto descuido de las vidas afganas.[4]

Sin embargo, en Estados Unidos, la mezcla de venganza y patriotismo hizo que las voces discrepantes fueran escasas y casi inaudibles. Pregúntese, como hizo Saba Mahmood en su momento, «¿Por qué las condiciones de la guerra (migración, militarización) y el hambre (bajo los muyahidines) se consideraron menos perjudiciales para las mujeres que la falta de educación, empleo y, sobre todo, en la campaña mediática, los estilos de vestir occidentales (bajo los talibanes)?»[5]

Entonces se pregunta de nuevo con más vehemencia: ¿cómo es posible «salvar a las mujeres afganas» bombardeando a una población civil que incluía, junto a las propias mujeres, a sus hijos, sus maridos, padres y hermanos? Debería haber sido la pregunta que pusiera fin a la discusión, pero no fue así.

La expresión más atroz de la islamofobia feminista se produjo a poco más de un mes de iniciada la guerra. Una guerra de venganza enormemente desigual no queda muy bien a los ojos del mundo, así que mejor hacer algo que parezca virtuoso. En vísperas de la fiesta estadounidense de Acción de Gracias, el 17 de noviembre de 2001, Laura Bush, la esposa del presidente, se lamentó en voz alta de la difícil situación de las mujeres afganas con velo. Cherie Blair, la esposa del Primer Ministro británico, se hizo eco de sus sentimientos unos días después. Estas ricas esposas de guerreros estaban utilizando todo el peso del paradigma orientalista para culpar a las víctimas y justificar una guerra contra algunos de los pueblos más pobres de la tierra. Y “salvar a las mujeres afganas” se convirtió en el grito persistente de muchas feministas liberales para justificar la guerra estadounidense.[6]

Con la elección de Obama en 2008, el coro de la islamofobia se hizo hegemónico entre los liberales estadounidenses. Ese año, la alianza antibélica estadounidense se disolvió efectivamente para ayudar a la campaña de Obama. Los demócratas y las feministas que apoyaron a la secretaria de Estado halcón de Obama, Hillary Clinton, no podían aceptar la verdad de que tanto Afganistán como Irak eran guerras por petróleo.[7]

Solo tenían una justificación para las interminables guerras del petróleo: el sufrimiento de las mujeres afganas. El giro feminista fue una táctica inteligente. Evitó las comparaciones entre el indudable gobierno sexista de los talibanes y los sexismos en Estados Unidos. Y lo que es más impactante, el giro feminista domesticó y desplazó eficazmente las feas verdades sobre una guerra tremendamente desigual. Y separó a esas supuestas «mujeres que hay que salvar» de las decenas de miles de mujeres, hombres y niños afganos que murieron, resultaron heridos, quedaron huérfanos o se quedaron sin hogar y hambrientos a causa de las bombas estadounidenses.

Muchas de nuestras amistades y familiares en Estados Unidos son feministas y se creyeron de buena fe gran parte de esta propaganda. Pero lo que se les pedía que apoyaran era una red de mentiras, una perversión del feminismo. Era el feminismo del invasor y de la élite gobernante corrupta. Era el feminismo de los torturadores y de los drones.

Creemos que otro feminismo es posible.

Pero sigue siendo cierto que los talibanes son profundamente sexistas. La misoginia ha obtenido una victoria en Afganistán. Pero no tenía por qué ser así.

Los comunistas que se pusieron del lado de las crueldades de los invasores soviéticos habían desacreditado al feminismo en Afganistán durante al menos una generación. Pero entonces Estados Unidos invadió, y una nueva generación de mujeres profesionales afganas se puso del lado de los nuevos invasores para intentar conseguir derechos para las mujeres. Su sueño también terminó en colaboración, vergüenza y sangre. Algunas eran arribistas, por supuesto, y balbuceaban perogrulladas a cambio de financiación. Pero muchas otras estaban motivadas por un sueño honesto y desinteresado. Su fracaso es trágico.

Estereotipos y confusiones

Fuera de Afganistán, existe una gran confusión sobre los estereotipos de los talibanes elaborados durante los últimos veinticinco años. Pero hay que tener cuidado ante los estereotipos que los tachan de feudales, brutales y primitivos. Se trata de personas con ordenadores portátiles, que han estado negociando con los estadounidenses en Qatar durante los últimos catorce años.

Los talibanes no son el producto de la época medieval. Son el producto de algunos de los peores tiempos de finales del siglo XX y principios del siglo XXI. Si miran hacia atrás, en cierto modo, a una época mejor imaginada, no es de extrañar. Pero han sido moldeados por la vida bajo los bombardeos aéreos, los campos de refugiados, el ‘comunismo’, la Guerra contra el Terror, los interrogatorios reforzados, el cambio climático, la política de Internet y la espiral de desigualdad del neoliberalismo. Viven, como todo el mundo, en el ahora.

Sus raíces en una sociedad tribal también pueden resultar confusas. Pero como ha argumentado Richard Tapper, las tribus no son instituciones atávicas. Son la forma en que los campesinos de esta parte del mundo organizan su relación con el Estado. Y la historia de Afganistán nunca ha sido simplemente una cuestión de grupos étnicos en competencia, sino más bien de complejas alianzas entre grupos y divisiones dentro de ellos.[8]

Hay un conjunto de prejuicios en la izquierda que hace que algunas personas se inclinen a preguntarse cómo pueden los talibanes estar del lado de los pobres y ser antiimperialistas si no son ‘progresistas’. Dejemos de lado por el momento que la palabra ‘progresista’ no significa mucho. Por supuesto que los talibanes son hostiles al socialismo y al comunismo. Ellos mismos, o sus padres o abuelos, fueron asesinados y torturados por ‘socialistas’ y ‘comunistas’. Pero cualquier movimiento que haya librado una guerra de guerrillas de veinte años y haya derrotado a un gran imperio es antiimperialista, o las palabras no tienen sentido.

La realidad es la que es. Los talibanes son un movimiento de campesinos pobres, contra una ocupación imperial, profundamente misógeno, apoyado por muchas mujeres, a veces racista y sectario, y a veces no. Es un conjunto de contradicciones producidas por la historia.

Otra fuente de confusión es la política de clase de los talibanes. ¿Cómo pueden estar del lado de los pobres, como es obvio, y sin embargo oponerse tan amargamente al socialismo? La respuesta es que la experiencia de la ocupación rusa eliminó la posibilidad de formulaciones socialistas sobre la clase. Pero no cambió la realidad de la clase. Nadie ha construido nunca un movimiento de masas entre los campesinos pobres que haya tomado el poder sin ser considerado del lado de los pobres.

Los talibanes no hablan en el lenguaje de la clase, sino en el de la justicia y la corrupción. Esas palabras describen el mismo bando.

Nada de esto significa que los talibanes vayan a gobernar necesariamente en interés de los pobres. Hemos visto suficientes revueltas campesinas llegar al poder en el último siglo y más, solo para convertirse en gobiernos de las élites urbanas. Y nada de esto debe distraernos de la verdad: los talibanes pretenden ser dictadores, no demócratas.

Fuente: Telesur.

Un cambio histórico en Estados Unidos

La caída de Kabul marca una derrota decisiva para el poder estadounidense en el mundo. Pero también marca, o deja claro, un profundo alejamiento del imperio americano entre la población estadounidense.

Prueba de ello son las encuestas. En 2001, justo después del 11-S, entre el 85% y el 90% de la población estadounidense aprobaba la invasión de Afganistán. Las cifras han ido bajando constantemente. En julio de 2021, el 62% de las personas encuestadas aprobaban el plan de Biden para la retirada total, y el 29% se oponía.

Este rechazo a la guerra está extendido tanto entre la derecha como entre la izquierda. La base de la clase trabajadora del Partido Republicano y de Trump está en contra de las guerras en el extranjero. Muchos soldados y familias de militares provienen de las zonas rurales y del sur, donde Trump es fuerte. Están en contra de más guerras, porque son ellos y sus seres queridos los que sirvieron, murieron y fueron heridos.

El patriotismo de derechas en Estados Unidos ahora es pro-militar, pero eso significa pro-soldado, no pro-guerra. Cuando dicen “Make America Great Again”, quieren decir que Estados Unidos no es grande ahora para los estadounidenses, no que EEUU debería participar más en el mundo.

También entre los demócratas, la base de la clase trabajadora está en contra de las guerras.

Hay gente que apoya una mayor intervención militar. Son los demócratas de Obama, los republicanos de Romney, los generales, muchos profesionales liberales y conservadores, y casi todos en la élite de Washington. Pero el pueblo estadounidense en su conjunto, y especialmente la clase trabajadora, negra, morena y blanca, se ha vuelto contra el imperio estadounidense.

Tras la caída de Saigón, el gobierno estadounidense no pudo lanzar grandes intervenciones militares durante los siguientes quince años. Es posible que pase más tiempo después de la caída de Kabul.

Las consecuencias internacionales

Desde 1918, hace 103 años, Estados Unidos es la nación más poderosa del mundo. Ha habido potencias competidoras: primero Alemania, luego la URSS y ahora China. Pero Estados Unidos ha sido dominante. Ese “siglo americano” está llegando a su fin.

La razón a largo plazo es el ascenso económico de China y el relativo declive económico de Estados Unidos. Pero la pandemia del coronavirus y la derrota afgana hacen que los dos últimos años sean un punto de inflexión.

La pandemia ha revelado la incompetencia institucional de la clase dirigente, y del gobierno, de EEUU. El sistema ha fracasado a la hora de proteger al pueblo. Este caótico y vergonzoso fracaso es evidente para la gente de todo el mundo.

Luego está Afganistán. Si se juzga por los gastos y el material, Estados Unidos es la potencia militar dominante a nivel mundial. Esa potencia ha sido derrotada por gente pobre con sandalias en un pequeño país que no tiene más que resistencia y coraje.

La victoria de los talibanes también animará a islamistas de muy diversa índole en Siria, Yemen, Somalia, Pakistán, Uzbekistán, Turkmenistán, Tayikistán y Malí. Pero las consecuencias serán más amplias.

Tanto el fracaso ante la Covid como la derrota afgana reducirán el poder blando de Estados Unidos. Pero Afganistán es también una derrota para el poder duro. La fuerza del imperio informal de EEUU se ha basado durante un siglo en tres pilares diferentes. Uno es ser la mayor economía del mundo, y el dominio del sistema financiero global. El segundo es una reputación en muchos sectores de democracia, competencia y liderazgo cultural. El tercero era que, si el poder blando fallaba, Estados Unidos invadiría para apoyar a las dictaduras y castigar a sus enemigos.

Ese poder militar ya no existe. Ningún gobierno creerá que EEUU puede rescatarlos de un invasor extranjero, o de su propio pueblo. Los asesinatos con drones continuarán y causarán gran sufrimiento. Pero en ningún lugar los drones por sí solos serán militarmente decisivos.

Este es el principio del fin del siglo americano.

¿Qué pasará ahora?

Nadie sabe qué ocurrirá en Afganistán en los próximos años. Pero podemos identificar algunas de las presiones.

La primera, y más esperanzadora, es el profundo anhelo de paz en los corazones de los afganos. Han vivido ya cuarenta y tres años de guerra. Piensen que solo cinco o diez años de guerra civil e invasión han marcado a tantos países. Ahora piensen en cuarenta y tres años.

Kabul, Kandahar y Mazar, las tres ciudades más importantes, han caído sin ninguna violencia. Esto se debe a que los talibanes, como siguen diciendo, quieren un país en paz, y no quieren venganza. Pero también se debe a que las personas que no apoyan, es más, las que odian a los talibanes, también decidieron no luchar.

Los líderes talibanes son claramente conscientes de que tienen que conseguir la paz.

Para ello también es esencial que los talibanes sigan impartiendo una justicia justa. Su historial aquí es bueno. Pero las tentaciones y presiones del gobierno han corrompido muchos movimientos sociales en muchos países antes que ellos.

El colapso económico también es muy posible. Afganistán es un país pobre y árido, donde menos del 5% de la tierra puede ser cultivada. En los últimos veinte años las ciudades han crecido enormemente. Ese crecimiento ha dependido del dinero procedente de la ocupación y, en menor medida, del dinero procedente del cultivo del opio. Sin ayuda extranjera de peso procedente de cualquier parte, el colapso económico será una amenaza constante.

Como los talibanes lo saben, han ofrecido explícitamente un trato a Estados Unidos. Los estadounidenses darán ayuda, y a cambio los talibanes no proporcionarán un hogar a los terroristas que podrían lanzar ataques como el del 11 de septiembre. Tanto el gobierno de Trump como el de Biden han aceptado este trato. Pero no está nada claro que EEUU vaya a cumplir esa promesa.

De hecho, es totalmente posible que ocurra algo peor. Las administraciones anteriores de Estados Unidos han castigado a Irak, Irán, Cuba y Vietnam por su desafío con sanciones económicas destructivas y de larga duración. En EEUU se alzarán muchas voces a favor de tales sanciones, para matar de hambre a los niños afganos en nombre de los derechos humanos.

Luego está la amenaza de la intromisión internacional, de que diferentes potencias apoyen a diferentes fuerzas políticas o étnicas dentro de Afganistán. Estados Unidos, India, Pakistán, Arabia Saudí, Irán, China, Rusia y Uzbekistán se sentirán tentados. Ya ha ocurrido antes, y en una situación de colapso económico podría provocar guerras por delegación.

Sin embargo, por el momento, los gobiernos de Irán, Rusia y Pakistán desean claramente la paz en Afganistán.

Los talibanes también han prometido no gobernar con crueldad. Esto es más fácil de decir que de hacer. Enfrentados a familias que han amasado grandes fortunas mediante la corrupción y el crimen, ¿qué creen que querrán hacer los pobres soldados de los pueblos?

Y luego está el clima. En 1971, una sequía y una hambruna en el norte y el centro del país devastaron rebaños, cosechas y vidas. Fue la primera señal de los efectos del cambio climático en la región, que ha traído más sequías en los últimos cincuenta años. A medio y largo plazo, la agricultura y la ganadería serán más precarias.[9]

Todos estos peligros son reales. Pero el experto en seguridad Antonio Giustozzi, a menudo perspicaz, está en contacto con el pensamiento tanto de los talibanes como de los gobiernos extranjeros. Su artículo en The Guardian del 16 de agosto era esperanzador. Lo terminó:

“Dado que la mayoría de los países vecinos desean la estabilidad en Afganistán, al menos por el momento es improbable que cualquier fisura en el nuevo gobierno de coalición sea aprovechada por actores externos para crear fisuras. Del mismo modo, a los perdedores de 2021 les costará encontrar a alguien dispuesto o capaz de apoyarles para iniciar algún tipo de resistencia. Mientras el nuevo gobierno de coalición incluya a aliados clave de sus vecinos, se trata del comienzo de una nueva fase en la historia de Afganistán.”[10]

¿Qué se puede hacer? Acoger a los refugiados

Muchas personas en Occidente se preguntan ahora: “¿Qué podemos hacer para ayudar a las mujeres afganas?”. A veces esta pregunta da por sentado que la mayoría de las mujeres afganas se oponen a los talibanes, y que la mayoría de los hombres afganos los apoyan. Esto no tiene sentido. Es casi imposible imaginar el tipo de sociedad en la que eso sería cierto.

Pero aquí hay una cuestión más peliaguda. Concretamente, ¿cómo pueden ayudar a las feministas afganas?

Esta es una pregunta válida y decente. La respuesta es organizarse para comprarles billetes de avión y darles refugio en Europa y Norteamérica.

Pero no son solo las feministas las que necesitarán asilo. Decenas de miles de personas que trabajaron para la ocupación están desesperadas por obtener asilo, con sus familias. También lo está un número mayor de personas que trabajaron para el gobierno afgano.

Algunas de estas personas son admirables, otras son monstruos corruptos, muchas se encuentran en un punto intermedio, y muchas son simplemente criaturas. Pero aquí hay un imperativo moral. EEUU y los Estados de la OTAN han creado un inmenso sufrimiento durante veinte años. Lo mínimo, lo más mínimo, que deberían hacer es rescatar a las personas cuyas vidas han destrozado.

También hay otra cuestión moral aquí. Lo que muchos afganos han aprendido en los últimos cuarenta años también ha quedado claro en la última década del tormento de Siria. Es demasiado fácil comprender los accidentes de fondo y la historia personal que llevan a las personas a hacer las cosas que hacen. La humildad nos obliga a mirar a la joven comunista, a la feminista culta que trabaja para una ONG, al terrorista suicida, al marine estadounidense, al mulá del pueblo, al combatiente talibán, a la madre afligida de una hija o hijo muerto por las bombas estadounidenses, al cambista sij, al policía, al pobre agricultor que cultiva opio, y a decir: “Por la gracia de Dios, ahí voy yo”.

El fracaso de los gobiernos estadounidense y británico en el rescate de las personas que trabajaban para ellos ha sido tan vergonzoso como revelador. En realidad, no se trata de un fracaso, sino de una elección. El racismo contra la inmigración ha pesado más en Johnson y Biden que las deudas de la humanidad.

Las campañas para acoger a los afganos siguen siendo posibles. Por supuesto, un argumento moral tan sólido se topará con el racismo y la islamofobia a cada paso. Pero en la última semana los gobiernos de Alemania y Holanda han suspendido cualquier deportación de afganos.

A cada político, en cualquier lugar, que dice apoyar a las mujeres afganas, se le debe exigir, una y otra vez, que abra las fronteras a todas las personas afganas.

Y luego está lo que puede ocurrir con los hazaras. Como hemos dicho, los talibanes han dejado de ser simplemente un movimiento pastún y se han vuelto nacionales, reclutando a muchos tayikos y uzbekos. Y también, dicen, a algunos hazaras. Pero no a muchos.

Los hazaras son el pueblo que tradicionalmente vivía en las montañas centrales. Muchos también emigraron a ciudades como Mazar y Kabul, donde trabajaron como porteadores y en otros trabajos mal pagados. Representan alrededor del 15% de la población afgana. Las raíces de la enemistad entre pastunes y hazaras se encuentran en parte en antiguas disputas por la tierra y los derechos de pastoreo.

Pero más recientemente también importa mucho el hecho de que los hazaras son chiíes, y casi todos los demás afganos son suníes.

Los amargos conflictos entre suníes y chiíes en Irak han provocado una división en la tradición militante islamista. Esta división es complicada, pero importante, y necesita un poco de explicación.

Tanto en Irak como en Siria, el Estado Islámico ha cometido masacres contra los chiíes, al igual que las milicias chiíes han masacrado a los suníes en ambos países.

Las redes más tradicionales de Al Qaeda se han opuesto firmemente a atacar a los chiíes y han defendido la solidaridad entre musulmanes. La gente suele señalar que la propia madre de Osama Bin Laden era chiita, en realidad una alauita de Siria. Pero la necesidad de unidad ha sido más importante. Esta fue la cuestión principal en la división entre Al Qaeda y Estado Islámico.

En Afganistán, los talibanes también han defendido firmemente la unidad islámica. La explotación sexual de las mujeres por parte del Estado Islámico también repugna profundamente a los valores talibanes, que son profundamente sexistas, pero puritanos y modestos. Durante muchos años los talibanes afganos han sido consistentes en su condena pública de todos los atentados terroristas contra chiíes, cristianos y sikhs.

Sin embargo, esos ataques se producen. Las ideas del Estado Islámico han influido especialmente en los talibanes pakistaníes. Los talibanes afganos son una organización. Los talibanes paquistaníes son una red más suelta, no controlada por los afganos. Han llevado a cabo repetidos atentados contra chiíes y cristianos en Pakistán.

Son el Estado Islámico y la red Haqqani quienes han llevado a cabo los recientes atentados terroristas racistas contra los hazaras y los sijs en Kabul. Los dirigentes talibanes han condenado todos esos ataques.

Pero la situación es cambiante. El Estado Islámico en Afganistán es una escisión minoritaria de los talibanes, basada en gran medida en la provincia de Ningrahar, en el este del país. Son amargamente antichiíes. También lo es la red Haqqani, un antiguo grupo muyahidín controlado en gran medida por la inteligencia militar paquistaní. Sin embargo, en la mezcla actual, la red Haqqani se ha integrado en la organización talibán, y su líder es uno de los dirigentes de los talibanes.

Pero nadie puede estar seguro de lo que depara el futuro. En 1995, un levantamiento de trabajadores hazaras en Mazar impidió que los talibanes se hicieran con el control del norte. Pero las tradiciones de resistencia de los hazaras son mucho más profundas y antiguas que eso.

Los refugiados hazaras en los países vecinos también pueden estar ahora en peligro. El gobierno de Irán se está aliando con los talibanes y les ruega que sean pacíficos. Lo hacen porque ya hay unos tres millones de refugiados afganos en Irán. La mayoría de ellos llevan años allí, la mayoría son trabajadores urbanos pobres con sus familias, y la mayoría son hazaras. Recientemente, el gobierno iraní, en una situación económica desesperada, ha comenzado a deportar a los afganos de vuelta a Afganistán.

En Pakistán también hay cerca de un millón de refugiados hazaras. En la región de Quetta, más de 5.000 de ellos han muerto en asesinatos y masacres sectarias en los últimos años. La policía y el ejército paquistaníes no hacen nada. Dado el prolongado apoyo del ejército y los servicios de inteligencia paquistaníes a los talibanes afganos, esas personas corren ahora un mayor riesgo.

¿Qué debe usted hacer, más allá de Afganistán? Como la mayoría de los afganos, rezar por la paz. Y unirse a las protestas por la apertura de las fronteras.

Dejaremos la última palabra a Graham Knight. Su hijo, el sargento Ben Knight de la Real Fuerza Aérea Británica, fue asesinado en Afganistán en 2006. Durante la semana en que terminó la ocupación, Graham Knight declaró a la Press Association que el gobierno británico debería haber actuado con rapidez para rescatar a los civiles:

“No nos sorprende que los talibanes hayan tomado el control, porque en cuanto los estadounidenses y los británicos dijeron que se iban a ir, sabíamos que esto iba a ocurrir. Los talibanes dejaron muy clara su intención de que, en cuanto nos fuéramos, ellos entrarían.

En cuanto a si se perdieron vidas de personas por una guerra que no se podía ganar, creo que sí. Creo que el problema era que estábamos luchando contra gente nativa del país. No luchábamos contra terroristas, luchábamos contra gente que realmente vivía allí y a la que no le gustaba que estuviéramos allí.”[11]


Este texto apareció originalmente en inglés, como “Afghanistan: The End of the Occupation”, en el blog annebonnypirate.org.


Notas

[1]    Ver Nancy Tapper (Lindisfarne), 1991; Lindisfarne, 2002a, 2002b and 2012; Lindisfarne y Neale, 2015; Neale, 1981, 1988, 2002 and 2008; Richard Tapper con Lindisfarne, 2020.

[2]    Giustozzi, 2007 y 2009 son especialmente útiles.

[3]    Sobre las bases clasistas de los talibanes, ver Lindisfarne, 2012, y los capítulos de otros autores en Marsden and Hopkins, 2012. Y ver Moussavi, 1998; Nojumi, 2002; Giustozzi, 2008 y 2009; Zareef, 2010.

[4]    Zilizer, 2005.

[5]    Existe una vasta literatura sobre cómo salvar a las mujeres afganas. Ver Gregory, 2011; Lindisfarne, 2002a; Hirschkind y Mahmood, 2002; Kolhatkar y Ingalls, 2006; Jalalzai y Jefferess, 2011; Fluri y Lehr, 2017; Manchanda, 2020.

[6]    Ward, 2001.

[7]    Lindisfarne y Neale, 2015.

[8]    Richard Tapper, 1983.

[9]    Sobre la sequía de 1971, ver Tapper y Lindisfarne, 2020. Sobre cambios climáticos más recientes, ver Lindisfarne y Neale, 2019.

[10]   Giustozzi, 2021.

[11]   The Guardian, 2021.


Referencias

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