La antinomia chavismo/antichavismo fue el síntoma de un proceso de polarización que enfrentó a dos visiones de país reclamándose “antagónicas” e “irreconciliables” y cuyas posiciones eran expuestas como “innegociables” y de principios. No obstante, en los últimos años pareciera que este dispositivo de polarización ha dejado de funcionar como lo hacía antes. Las identidades “chavistas” y “antichavistas” atraviesan una profunda crisis que abre inéditos procesos de hibridación, desplazamientos y emergencias de nuevas narrativas dentro y fuera de cada campo político.
Antes bien, la irrupción del liderazgo carismático y popular de Hugo Chávez, con la idea de “refundar” la República, fue el acontecimiento que fracturó por completo la conversación pública nacional y copó el campo político en su totalidad. Desde el punto de vista semiótico, hablaríamos de un “significante Chávez” con la fuerza persuasiva y performativa de demarcar el campo político entre chavistas y antichavistas.
En este sentido, el antichavismo fue una contraidentidad articulada a partir del rechazo a los cambios políticos que llevó a cabo el expresidente Hugo Chávez contra la llamada “IV República”. Las fuerzas heterogéneas que se ubicaron en la otra acera del proyecto bolivariano tenían como punto nodal de su accionar político frenar el proceso de cambios que proponía el chavismo. Por ello, desalojar a Chávez del poder significaba conservar el antiguo orden que el chavismo pretendía abolir.
El “saquemos a Chávez y después nos arreglamos” se convirtió en el pacto tácito de los diferentes sectores que hacían frente al chavismo. Bajo esa consigna se articulaban antiguos adversarios como Acción Democrática y Copei, el MAS y La Causa R e incluso, gremios empresariales y círculos intelectuales que habían asumido un discurso “antipolítico” y se habían enfrentado abiertamente a estos partidos en años anteriores. El antichavismo llegó a agregar ideologías tan disímiles como Bandera Roja y Maria Corina Machado en una misma coalición. El desafío de enfrentar a un líder carismático, popular, confrontacional y con recursos económicos fue suficiente para que durante muchos años, las diferencias internas fueran postergadas o tramitadas como secundarias, frente a la “amenaza” chavista.
En veinte años el antichavismo (como el chavismo) ha pasado por diferentes etapas, desde la Coordinadora Democrática hasta la Mesa de la Unidad, de Salas Römer a Rosales y de ellos, a Capriles, de la “Generación del 2007” y el Movimiento “manos blancas”, a la “Salida” y el “gobierno interino”, de la vía electoral a la insurreccional. Todo esto ha respondido a acciones del chavismo, a la disputa por el liderazgo opositor y a la pugna de visiones internas. No obstante, el antichavismo no tuvo éxito en desalojar a Chávez del poder y tampoco ha logrado derrotar al gobierno de Maduro.
¿Qué ha sido del antichavismo después de Chávez?
En un primer momento el antichavismo pensó que, sin Chávez, el vacío del liderazgo se comería al chavismo y de alguna forma subestimó la vocación de poder de la dirigencia chavista, el poder de cohesión de sus bases y los niveles de lealtad construidos con factores claves del sector militar. Este mal diagnóstico de la Era Post Chávez, la deriva autoritaria del propio chavismo expresadas en la anulación de la Asamblea Nacional de mayoría opositora y la puesta en marcha de una Constituyente que el mismo chavismo calificó de “supraconstitucional”, llevaron al antichavismo a una escalada de movilización insurreccional que desembocó en la idea fallida de instalar un gobierno paralelo en el país y en un enorme revés político.
Este último fracaso ha llevado a un proceso de fragmentación de los partidos y líderes opositores sin precedentes. Aunado a esto, hay una gran crisis de representación política en el país. Encuestadoras como Datanálisis, Hinterlaces y Daticorp han evidenciado que, si bien el rechazo al gobierno es mayoritario, ningún partido opositor posee más del 9% de aceptación y ningún líder opositor llega al 20% de popularidad. Sin dudas, un hecho singular que apunta indiscutiblemente a la balcanización de la oposición, la desafección política y a la búsqueda de nuevos liderazgos alternativos.
Por otro lado, mientras que la popularidad de Chávez aún supera el 50%, la popularidad del gobierno que se reclama chavista se encuentra por el piso. Esto supone una transformación también en los regímenes de sentido e imaginarios que gravitan en el chavismo, cuya fuerza viene mermando desde el año 2013 y que actualmente se encuentran en pleno proceso de mutación, división y renovación.
Pudiéramos decir también que la muerte de Chávez ha ido paulatinamente restándole fuerza a la antinomía chavismo/antichavismo por diferentes razones. Hoy es cada vez más difícil para la dirigencia de ambos polos sostener la jefatura política de su bloque. Para la dirigencia del chavismo es imposible evitar la proliferación de diferentes “lecturas” de Chávez, basadas en diferentes condiciones de recepción de su discurso, reinterpretaciones y lugares de enunciación diversos que hoy están en plena disputa sobre el sentido y dirección del proyecto chavista. En consecuencia, afloran diversos “chavismos”, “críticos”, “disidentes” e incluso, dentro de las mismas corrientes oficiales, aparecen diferentes “estilos” y “tribus”, muchas veces en medio de amargas y poco disimuladas tensiones. Sin embargo, la retención del poder y la “amenaza externa” son factores que juegan a que la coalición chavista goce de un poco más cohesión que el antichavismo.
Para el antichavismo no es fácil la situación. El fracaso político de su dirigencia durante más de veinte años ha terminado gestando un clima de mucha decepción, desmovilización y escepticismo, generando fracturas en los partidos políticos, dispersión de las en otrora poderosas coaliciones y emergencia de múltiples figuras con aspiraciones a disputarse el liderazgo nacional. También la aparición de “chavismos disidentes” ha obligado a muchos sectores de la oposición a repensar su “antichavismo”, de manera que puedan sumar a estas fuerzas, que aunque pudieran renegar de aspectos del chavismo, suelen seguir reivindicando muchas de sus posturas originales y rasgos distintivos. Por tanto, comienza a existir un proceso de hibridación y fragmentación que va dando cuenta de la insuficiencia del “antichavismo”, tanto para mantener unida a las fuerzas de la vieja coalición, como para incorporar nuevas fuerzas.
Por otro lado, el viraje económico del gobierno, que pasó de una retórica socialista a abrazar buena parte del programa económico que había enarbolado la oposición, es otra cara del proceso de hibridación política, que ha dejado desconcertado al antichavismo, acostumbrado a una retórica liberal, con visos de anticomunismo, ahora se enfrenta a un gobierno que impulsa medidas de apertura económica, repliegue del Estado, rescate del sector privado y que ha guardado en el cajón del olvido la idea del socialismo. Este desplazamiento en la retórica de ciertos sectores del chavismo, obliga a una desimplificación del discurso opositor y posicionamiento sobre este cambio.
Todo esto no significa que el antichavismo esté en extinción, pero sí significa que ha perdido capacidad de aglutinar y movilizar por si solo. Hoy el antichavismo está condenado a fragmentarse en diversas oposiciones, con diferentes rutas, discursos y liderazgos, sobre la base de un escenario en el que ya no está Chávez, el país atraviesa una crisis económica única en su historia que transforma la sociedad en la que vivimos y hay una gran crisis de liderazgo alternativo al gobierno. Por otro lado, en el chavismo seguirán proliferando “versiones” que llenen de diferentes significados al significante Chávez, se ubiquen en diferentes lugares del espectro político, armen su propio juego de alianzas y se disputen el liderazgo en ese campo.
¿Las elecciones del 21N fueron una expresión de esta nueva realidad?
Durante veinte años en las elecciones nacionales, regionales y locales el 92% de los votos habían quedado distribuidos entre el Polo Patriótico (chavismo) y la Mesa de la Unidad Democrática (antichavismo). No obstante, tanto la merma de la votación de ambos polos, como la aparición de “terceras” y “cuartas” fuerzas fueron evidentes en estas elecciones, dando lugar a una suerte de “deshielo” en los polos tradicionales.
La polarización electoral no es un hecho para nada novedoso en nuestro país, tampoco un fenómeno inherente a la aparición del chavismo. Factores como el sistema electoral de mayorías simples, el carácter presidencialista de nuestro sistema político, la condición de petroEstado que genera una concentración inusitada de poder y recursos y nuestra tradición caudillista, siempre han sido factores que contribuyen a climas polarizados.
La disputa electoral entre adecos y copeyanos nunca dio demasiado espacio a la aparición de terceras fuerzas. El URD se desvaneció de manera temprana, el MAS no logró sus objetivos en el año 83, tampoco lo hizo el partido Opina. Las terceras fuerzas solo aparecieron en medio de la crisis hegemónica del bipartidismo, específicamente en las elecciones del 92, que generaron fenómenos inusuales como el caudal de votos capitalizado por La Causa R o la aparición de la peculiar coalición del “chiripero”.
Es cierto que es inexacto comparar la polarización electoral del bipartidismo con la polarización social, política y cultural de la antinomia chavismo/antichavismo, debido a que mientras que adecos y copeyanos tenían puntos en común como la defensa del sistema puntofijista o su perspectiva anticomunista, el chavismo y el antichavismo no cuentan con esos puntos en común y se plantean modelos antagónicos y por tanto, son dos caras de un dilema existencial. No obstante, en este aspecto nos referimos únicamente a la polarización electoral y al fenómeno de la economía del voto como un elemento de continuidad en nuestro sistema político-electoral.
Luego de esta larga digresión volvamos a los hechos: El Polo Patriótico obtuvo el 45,77% de los votos, mientras que la Mesa de la Unidad obtuvo el 22,17%. Entre ambos, obtuvieron tan solo esta vez el 67,94% de los votos, mientras que un inusual 32,06% de los votos se distribuyó en otras tarjetas. En este sentido, la Alianza Democrática, coalición de escisiones de partidos de la MUD, partidos exchavistas y partidos cristianos-evangélicos lograron alcanzar el 12,46% de los votos. En algunos casos emblemáticos como el de Táchira, Lara o Anzóategui, los candidatos de la “Alianza” quedaron muy por encima de los candidatos de la MUD y en otros casos, como el de Nueva Esparta, el candidato de la Alianza logró vencer al Polo Patriótico y a la MUD.
Asimismo, hubo otros casos fuera de la Alianza Democrática que lograron avances importantes. Es emblemático el resultado de Ecarri en Libertador, superando a un candidato de la MUD con mucha propaganda en los medios. Por otro lado, es bastante sonado el caso de Fuerza Vecinal, que venció a la MUD en Miranda y se convirtió por sí solo en el tercer partido más votado a nivel nacional. Otros logros importantes obtuvieron partidos como Unión y Progreso, el MAS y otras fuerzas en diferentes municipios del país. En total, estas fuerzas dispersas, de los llamados partidos “independientes”, lograron un 10,64% de los votos.
Entre la Alianza Democrática y los llamados partidos “independientes” forman una fuerza política equivalente a la de la MUD. Previo a esto, en el 2015, todas estas fuerzas juntas lograron derrotar al Polo Patriótico, utilizando el antichavismo como una identidad que amalgamó las diferencias políticas de manera momentánea. No obstante, en las nuevas oposiciones comienzan a aparecer otras narrativas y diferencias políticas que hacen difícil imaginar en el corto plazo una rearticulación.
En primer lugar, candidatos como Ecarri o los candidatos de Fuerza Vecinal optaron por equiparar las responsabilidades del gobierno con los de la MUD, presentando esa polarización como un “falso dilema”, acusando a la oposición tradicional de fracasada y de tener prácticas políticas similares a las del chavismo. En este sentido, se presentaron ubicándose en un “afuera” de la polarización y como una alternativa a ambos polos. Lo mismo hicieron otros partidos como Unión y Progreso que intentaron desmarcarse de la polarización tradicional. Por su parte, en la Alianza Democrática se hizo más énfasis en denunciar la pasada estrategia abstencionista de la MUD y la derrota del “gobierno interino”. Mostrando a la dirigencia de la MUD como un liderazgo fracasado e impotente, intentando postularse como la “verdadera oposición”.
Sobre el viraje económico del chavismo también aparecen discrepancias. Mientras que el antichavismo tradicional señala que la nueva actitud “aperturista” del gobierno es falsa e inviable, otras fuerzas se muestran mucho más optimistas y plantean que es necesario seguir alentando esta nueva actitud del gobierno frente a la economía. Por un lado, el partido Lápiz y Fuerza Vecinal se describen partidos de “centro-derecha”, hacen hincapié en el “libre mercado”, el rol de los empresarios y las posibilidades políticas que se abren con el viraje. En este mismo sentido, la Alianza Democrática insiste en las posibilidades de un cambio político “gradualista” que comience por la economía.
Por otro lado, tanto la “tercera fuerza” (Alianza Democrática), como las cuartas fuerzas (Lápiz, Fuerza Vecinal y otros) insisten en una retórica menos confrontacional con el gobierno, una promoción de la idea del cambio político negociado, del entendimiento y de la articulación en función de la gestión pública. Esta versión es condenada como genuflexa, divisionista y de cooperación con el gobierno por las visiones más radicales de la MUD y otras fuerzas opositoras.
No obstante, estas narrativas, a pesar de incipientes, sin liderazgos fuertes y muchas veces con partidos nuevos y de alcance regional, lograron importantes avances en las elecciones regionales. Esto se debe a la profunda crisis de representación que se vive en el país y al desgaste general de la polarización. El antichavismo ha dejado de ser un mecanismo de agregación política con suficiente fuerza como para desafiar al chavismo y el chavismo ha dejado de ser un mecanismo con suficiente fuerza como para imponerse hegemónicamente sin ceder parte de su programa político.
¿Qué buscan las oposiciones (en plural) en el 2024?
Paradójicamente, hoy los escenarios que perfilan cada una de las coaliciones opositoras de cara a las presidenciales del 2024 son factores de mucho más peso para articularse que las nociones ideológicas del antichavismo. Para un sector de las oposiciones, es sumamente importante reeditar el “efecto Barinas”, esto es, una elección polarizada, en la que ellos se conviertan en el único y exclusivo vehículo para encauzar el voto castigo contra el PSUV y se eclipse a otros competidores opositores. Por otra parte, hay otro sector de las oposiciones que busca apuntalar un “outsider”, una figura que podría ser del mundo empresarial, que se mostrara como “afuera” de la polarización chavismo/antichavismo, confrontado al gobierno, pero distante de la dirección política tradicional de la oposición. Por último, hay un sector que no guarda ninguna expectativa de cambio político de cara a las elecciones presidenciales del 2024 y apuesta por una estrategia gradualista de largo plazo.
Mientras una parte del chavismo muta, abandonando parte de sus banderas y símbolos iniciales, asociados a las tradiciones de izquierda y el socialismo, comienza a diluirse también una identidad política que tuvo como único punto de articulación el rechazo a Chávez. Esto no significa que no haya fuertes dosis de antichavismo de los bloques opositores antes señalados, lo que sí implica es que el rechazo a Chávez y al chavismo deja de ser suficiente para amalgamar una identidad política. En consecuencia, el antichavismo se dispersa en coaliciones opositoras diversas y el chavismo se deshilacha en disidencias. ¿Este escenario de despolarización es transitorio o por el contrario, permanecerá en el tiempo? No lo sabemos, los factores polarizantes de nuestro sistema político siguen existiendo y el vacío que va dejando el significante Chávez queda a la espera de una nueva construcción popular. Nos adentramos en un nuevo escenario en el que el chavismo/antichavismo ya no copará el espacio político. Aparecen chavismos y oposiciones en plural, además de que emergen nuevas fuerzas fuera de estas dos identidades. Algunos buscan repolarizar para reeditar la antinomia chavismo/antichavismo y otros buscan despolarizar y promover el cambio político desde el estímulo a la hibridación de identidades, los desplazamientos y la emergencia de nuevas posiciones. Las elecciones presidenciales del 2024 serán una prueba de fuego para medir la capacidad de ambas agendas en el marco de las tendencias macrosociales por las que viene atravesando el país.