Una mirada al espectro opositor en su cotidianidad política no puede sino generar escepticismo sobre su futuro. Allí solo se divisa división tajante, erosión generalizada de la credibilidad de cualquiera de sus liderazgos, dispersión electoral y autosaboteo. Tantas estrategias como escisiones y desalineamiento total.
El “reseteo” del diálogo parece haberla dejado en estado catatónico. Especialmente a la “oposición institucional” llamada Plataforma Unitaria, soporte de Juan Guaidó en lo tratante a las negociaciones con el Gobierno.
Su depresión impide hasta el “clamor por una renovación”, lo que debería resultar natural después de tantas derrotas, pero a la vez imposible debido al cansancio terminal que sufre.
Todos los diagnósticos de su situación, hechos por tirios y troyanos, estiman una implosión total inminente.
Tengo una visión un tanto diferente.
No cabría la idea de futuro en la oposición “realmente existente” (incluyendo la que se ha salido de la línea institucional), si no contemplara que, a pesar de ella, la marea la está llevando, lenta pero sostenidamente, a la cancha electoral donde ganaría con bastante facilidad. Los vientos se mueven hacia su terreno más fértil, donde podría dar batalla y ganar.
Me refiero en concreto a las presidenciales de 2024 que son un mandato constitucional y que, a diferencia de 2018, la oposición no puede dejar pasar pensando en que llegará un príncipe azul, con demandas maximalistas y destemplados discursos.
Y es que sus propios errores la están llevando, después de una y otra caída, a un posicionamiento que le podría permitir la concreción del escenario electoral, donde según todas las matemáticas tendría una victoria.
En primer término, si se quiere “imaginar” las presidenciales de 2024, entonces hay que releer eso de «la división opositora».
No porque esté unida, que de hecho está en su peor momento al respecto, sino porque el “proyecto Guaidó” desterró de la política a la corriente interna más poderosa y boicoteante que finalmente tuvo que asilarse o calarse su inhabilitación, con lo cual, el ala moderada que sí hace vida en el país puede ahora sentirse cómoda nuevamente para hacer su política y desplegar su estrategia que ha funcionado de manera fulgurante en los eventos electorales en los que participa, incluyendo en Barinas en enero de este año.
El fracaso de los radicales y su autoanulación política escogiendo la salida violenta podría dejar el camino libre para los opositores que están en el territorio y reconocen a Maduro como presidente. Por ahora, y parece que por un buen tiempo, el resto de liderazgos con pretensiones presidencialistas como Leopoldo López, Julio Borges, Juan Guaidó, María Corina Machado mantendrán su discurso rupturista y continuarán inhabilitados, exiliados, fuera de juego.
Al cesar las amenazas de invasión o insurrección, el único escenario previsto es el de las presidenciales de 2024. El debate sobre la forma de “sacar a Maduro” que tanto dividió a la oposición es cosa del pasado y todos los planes giran ahora en torno a la concreción de una candidatura oficial opositora. La coyuntura les obliga más allá de los egos.
La estrategia del derrocamiento, del “todo o nada”, deslavó todos los actores políticos que impedían una salida política que ahora comienza a tomar forma. Las desafiliaciones recientes de partidos como Voluntad Popular y la renuncia de Julio Borges al interinato son apenas algunas muestras de esto. La negociación única y formal ha perdido toda importancia y da paso a negociaciones en diversas mesas.
La oposición “realmente existente”
Del lado moderado y electoral, no solo han quedado partidos divididos sino liderazgos que, aunque muy “rayados” en Twitter, mantienen un reconocimiento popular que a su vez podría conseguir la unción legitimante en unas internas y, con hechos protocolares más que audaces, aglutinar el voto opositor.
Con la testosterona a grados minúsculos ya pueden sentarse a pensar.
Estos liderazgos componen lo que puedo llamar la oposición “realmente existente”. Existente porque está en el país y porqué el oficialismo puede, según las negociaciones, terminar validando su participación. Y también porque de verdad tienen músculo y reconocimiento mínimo que pueden amplificar en los próximos dos años.
Me refiero a Henrique Capriles, Manuel Rosales y en menor medida Henry Ramos Allup.
Esos tres nombres son quienes, en las actuales circunstancias de “tutelaje” o judicialización por parte del oficialismo y también debido a la dispersión general de la oposición, pueden negociar una candidatura y con ello aglutinar y rearticular a los electores opositores que producen una mayoría más o menos constatada, pero que deben terminar de sellar como victoria presidencial.
Cualquiera de estas candidaturas tendrá el tino y la experiencia para mostrar una oposición no ideológica o trumpista, como sí lo haría la oposición asilada (autodefinida como pro-estadounidense y de derecha), porque unificarían todo aquello que vaya contra el gobierno del presidente Nicolás Maduro, incluyendo a sectores chavistas, en una campaña “atrápalo todo”. Una oposición que mida racionalmente que sus ataques no eliminen la confianza que requieren ofrecer en los espacios de negociación y que no ahuyente al chavismo antimadurista.
Capriles, excandidato presidencial que quedó en 2013 de manera sorpresiva a menos de dos puntos de Maduro, y que venía de enfrentarse contra el líder fundacional Hugo Chávez, ha preferido intercambiar un bajo perfil durante el auge de Guaidó para luego ser el pivote de la vuelta opositora al escenario político-institucional. El también exgobernador está inhabilitado. Pero ha mantenido por años negociaciones con el gobierno que han rendido frutos de lado y lado y cuenta con el apoyo, a veces tímido, de la Unión Europea, especialmente de su centro izquierda. Pero Capriles, antes amado y ahora odiado por las clases altas y el poderoso exilio venezolano de Miami (por mantener una línea política no rupturista), es probable que sí mantenga un reconocimiento de amplias bases sociales a las que ha atendido discursivamente desde que en la campaña de 2012 contra el propio Hugo Chávez logró reducir de manera importante la diferencia de votos, en relación a las presidenciales de 2006.
Rosales arrasó en las regionales en Zulia, el principal estado del país, con 54% dejando a la coalición de gobierno con 37%. Puede golpear al chavismo donde se sustenta electoralmente, es decir, en las bases populares. El ahora gobernador ganó municipios históricamente chavistas, y desde hace años tiene las intenciones de optar por la presidencia.
Estos dos liderazgos van a tratar de unir a las oposiciones, y ya se mueven en ese sentido, esa es su gran fortaleza. Pertenecen a la Plataforma Unitaria, políticamente dependiente de las negociaciones, pero han defendido públicamente a quienes han transitado un camino de participación electoral fuera de línea institucional, como la coalición Alianza Democrática que había salido muy mal electoralmente pero que en las regionales llegó a 16,72% y Fuerza Vecinal que obtuvo 5%. Mientras la Plataforma Unitaria llegaba a 24%. En ese evento estas fuerzas “emergentes” lograron obtener casi la mitad del total de votos opositor y eso es un dolor de cabeza para el guaidocismo que las quiere extirpar para mantener el monopolio del discurso opositor.
Henry Ramos Allup es un caso aparte porque también es postulable y aunque no parece tener mucha fuerza en los actuales momentos podría apostar por su maquinaria para unas primarias que siempre son más “controlables” en cantidad de electores, y allí hacerse candidato. Su hándicap es que se le va a dificultar ganarse el voto de la oposición toda, debido a la división interna que el Tribunal Supremo de Justicia filtró en su propio partido, Acción Democrática, que ya ha lanzado como candidato a Bernabé Gutiérrez.
Los tres, junto con una gama de débiles pretendientes, pueden medirse en unas internas, como ya ha ocurrido veces anteriores, lo que significaría un gran escudo contra cualquier intento de divisionismo opositor facturado en Miraflores o de boicot unilateral emitido desde Washington. Hay que recordar que salvo 2018, la oposición siempre ha ido unida a los comicios, y para el próximo evento este es un escenario que, pasada la tormenta, otra vez se vuelve probable.
¿Qué dijeron las Regionales?
Las regionales vinieron a catalizar la figuración de este escenario, especialmente desde el resultado final en Barinas.
El PSUV se mantuvo como primera fuerza con 45% y la oposición sumada arbitrariamente llega al 48%, pero con una abstención del 58% que todos pensaron que favorecía tremendamente al oficialismo, pero que finalmente no fue así. En las regionales al gobierno se le melló el arma de la abstención como atmósfera propicia para el trajinar de su maquinaria. Esto sin contar Barinas, cuyas elecciones ocurrieron en enero a modo de balotaje, donde la victoria ya fue avasallante.
Aunque la suma de las tarjetas opositoras ciertamente es arbitraria esta es una operación lógica porque, como digo a lo largo del texto, la división no se sostiene mientras la corriente radical está desechada como opción.
A partir de las regionales, Rosales se coloca en pole position porque arrasó con el chavismo en Zulia y conquistó municipios históricamente chavistas.
Capriles también avanza porque con el resultado de Barinas y las 120 alcaldías (de las 335) que ganó la oposición, confirmó su hipótesis sobre la participación electoral y la alianza con los “alacranes” que es como la oposición radical denigra de aquellos opositores que han participado en las convocatorias electorales que ella desconoce. Capriles va madurando de a poco su candidatura para no sobreexponerse a amenazas internas y externas, recordando siempre el absurdo 2018 cuando el “leopoldismo,” aliado al “trumpismo”, le impidió lanzarse esgrimiendo su tesis rupturista.
Ramos Allup salió debilitado en este evento porque su partido, sin él, logró gobernaciones y alcaldías importantes que es todo lo que ahora tiene.
Salvo Rosales, ningún gobernador elegido tiene pretensiones presidenciales y los que la tenían, perdieron.
Así que van quedando los mismos.
En las regionales de noviembre, culminadas el 8 de enero en Barinas, el electorado opositor demostró que es mayoría pero a su vez que ya ha decantado suficientemente a sus líderes, sin nuevos nombres que amenacen a los tradicionales aquí mencionados.
Es allí donde cojean las llamadas “fuerzas emergentes”, las que van aparte de la Plataforma Unitaria que, aunque lograron una importante votación que astilló a casi la mitad de la oposición, no pudo sumar algún nombre importante para unas hipotéticas primarias, como pudiera haber sido el caso de David Uzcátegui si ganaba en Miranda o Henry Falcón si lo lograba en Lara.
Esta es la foto de las regionales proyectadas hacia el evento presidencial. Lo que se diga en Twitter con respecto a estos líderes cada vez importa menos. Es “lo que hay”. Es la oposición realmente existente.
Una división opositora facturada desde dichas «fuerzas emergentes» será sobrecogida por el fantasma eternamente divisorio de Claudio Fermín y especialmente por su última participación en la justa barinesa dónde apenas consiguió el 1,7%.
La división, otra de las armas que había sido exitosa por parte del oficialismo, no sobrevivirá a unas primarias y es por lo pronto un arma mellada.
Barinas les quedó “linda”
Analizar la oposición de 2022 pasa por darle su justo reconocimiento al evento de Barinas que no es solo un triunfo simbólico, sino que es el triunfo estratégico de una nueva articulación opositora liderada por personajes tradicionales contra todas las armas oficialistas que se vieron impotentes: la división, la abstención, las inhabilitaciones y el usufructo grosero del Estado y sus instituciones en la campaña. Nada de eso ha servido en Barinas, y es altamente probable que ninguna funcione en unas presidenciales.
Con todo esto, la ventaja opositora en Barinas fue de 14%, aquí sin sumar a las candidaturas que se mantuvieron al margen de la oposición institucional. Las tarjetas que montaron carpa aparte obtuvieron resultados risibles: Acción Democrática logró apenas 0,4%, Copei 0,1% y Primero Venezuela 0,07%. De nada sirvieron las tarjetas intervenidas por el TSJ, a pesar del renombre histórico de las siglas.
El intento de dividir el voto opositor, en el caso de Barinas, quedó averiado.
Es decir, el tutelaje del máximo tribunal sobre los actores políticos termina teniendo patas cortas si la oposición actúa racionalmente y en el marco institucional. No funcionaría con un evento electoral medianamente masivo donde el voto opositor tenga alguna canalización.
Más que olfato parece lógica: si así ocurrió en Barinas, un estado llanero, feudo del chavismo, «cuna» de la revolución, con todo el “poder de fuego” del oficialismo concentrado, entonces cómo resultarían unas elecciones nacionales que, como estas, sean parcialmente competitivas.
Considero que es totalmente extrapolable el resultado de Barinas a la escala nacional en el terreno electoral, aunque no necesariamente en el terreno político que dependerá de muchas otras variables, como el avance de las negociaciones con factores de poder. Sin ello, el evento electoral puede “nicaragüizarse”. El escenario electoral soñado por los moderados puede irse por el desaguadero con una sola declaración, de la Casa Blanca o de Miraflores.
¿Un outsider?
El surgimiento con fuerza de un outsider, al estilo de Lorenzo Mendoza, puede desajustar todo este panorama y, apalancado con el apoyo de la oposición radical en el exilio, bloquear una candidatura de la oposición moderada que tendría que alinearse con el poder económico.
Igual que los políticos de la oposición tradicional, un outsider tiene la opción de aliarse a la institucionalidad económica de Fedecámaras y Consecomercio, los medios, los gobernadores de oposición electos, (todos estos adolecen de precandidaturas) y lograr una estructura suficiente para articular la oposición asentada en Venezuela y poder vencer si llega lo determinante y que solo va a decidir Maduro: unas elecciones competitivas.
La decisión de Maduro
Otra gran debilidad opositora también puede redefinirse. Se trata del monopolio político que tiene el presidente Nicolás Maduro a la forma final que tomen las presidenciales. Va a ser él, en medio de las negociaciones, quien en un momento determinado decida si habrá elecciones realmente competitivas y si va a permitir la escogencia opositora de un candidato, o más bien va a seguir jugando a la inhabilitación y a un evento electoral controlado tutelado en su totalidad desde el TSJ.
Si tuvieran fuerza real, las oposición tendrían que llegar a acuerdos para forjar un ambiente de entendimiento preelectoral, pero debido a sus divisiones, intentarlo puede repetir momentos de negociación anterior como el de República Dominicana en 2018, en el que se impuso el enfoque rupturista de la oposición.
Así que le conviene, para saltarse una nueva disputa interna, que dicha decisión no pase por sus filas, porque sencillamente no está preparada para digerirla.
En este 2022 la oposición prácticamente no tiene forma de incidir al respecto y le esperan algunos años de firme tutelaje. La decisión de Maduro tendrá que esperarla sentada debido tanto a su debilidad de movilización como por la impotencia de sus aliados internacionales para imponer un gobierno en Venezuela.
De finalmente producirse el escenario de unas elecciones competitivas, la oposición podría, igualmente sentada, esperar su triunfo frente a un chavismo que ha disgregado sus fuerzas políticas hasta convertirse en una minoría electoral.
No tendría que hacer mucho. Mejor para ella si no hace mucho. Exigencias internas de renovación o “fusilamiento” de líderes solo la dejarán más extenuada.
Ahora, si el escenario que se impone es el de una elección entre Maduro (u otro oficialista) contra Claudio Fermín u otra figura “cómoda”, impuesta por la vía de las inhabilitaciones, entonces ya la oposición tendrá que pensarse otro escenario de presión, calle, manifestación, a la que no está preparada debido a sus fracasos en este campo. Por los momentos no tiene fuerza para ello, y de declarar una resistencia o insurrección terminaría rápidamente derrotada a menos que alguna nueva variable entre en juego.
Si por el contrario, Maduro (y el chavismo) decide ir a unas elecciones competitivas y entregar la silla de Miraflores si pierde, entonces la oposición democrática cobrará su empeño de quedarse en Venezuela y buscar una salida pacífica reconociendo al contrincante chavista y asegurándole su sobrevivencia política así como puestos claves en el TSJ, los mandos militares, etc. Con ello, habría una oposición y un liderazgo dispuestos y preparados para hacer efectivo un «cambio de gobierno» más que una «transición» rupturista. Un tutelaje al estilo de Barinas donde la oposición propuso pero el TSJ dispuso el candidato.
Si Maduro decide la vía nicaragüense de la “judicialización en serie” y la persecución política, entonces ya el escenario será obviamente otro.
Oposición y geopolítica
Otra amenaza es aún más potente: la vuelta del trumpismo, especialmente si los republicanos ganan las elecciones de medio término de 2022.
Las campañas presidenciales de Estados Unidos y Venezuela se realizarían de manera paralela en 2024, noviembre y diciembre (probablemente). Y habrá un cruce, un cortocircuito, entre las campañas que seguramente comenzarán con fuerza desde enero de ese año.
Esto puede generar un ruido intenso en la oposición radical a la espera del triunfo de Trump quien muy probablemente tratará de asegurarse Florida con un discurso radical que recuerde al momento insurreccional de Venezuela 2019 y el “todas las cartas sobre la mesa”. “Sacar a Maduro” fue su oferta electoral para Florida y puede volver a serlo, haciendo retumbar el discurso abstencionista que podría descarrilar nuevamente la estrategia moderada del escenario electoral.
Es una amenaza que está latente pero que a lo interno del país parece cada vez más débil, más bien performativa. Ahora bien, lo que quieran en Florida y van a vender en la campaña republicana, eso dependerá de otros lobbies y no de la situación real de Venezuela.
Por lo pronto las aguas parecen mansas pero se precipitan. La coyuntura tiene fecha y caducidad y ya nadie debe esperar por un príncipe azul. Más que futuro, cualquier opositor sueña con volver al 2015. Una renovación interna implicaría más desgarramiento. Por lo pronto, esta es la oposición que hay y es la que podría sacar a Maduro del gobierno.
¿Lo logrará?