Malfred Gerig es sociólogo especialista en economía del petróleo y colaborador de la Revista Florencia. Su mirada sobre cómo hemos comprendido los asuntos económicos, políticos y morales en los últimos tiempos escapa de lo que califica como explicaciones huecas según las cuales o todo proyecto revolucionario conduce al totalitarismo para el dogma de derechas, o el imperialismo nos condujo a esta (miseria de) realidad según la letanía exculpatoria de cierta izquierda.
En PH9 lo entrevistamos para conocer su interpretación sobre el anuncio del cierre hiperinflacionario de nuestra economía, sus explicaciones estructurales y las perspectivas para los sectores trabajadores.
Más que al fin de la hiperinflación en este 2022, para Malfred Gerig, Venezuela llega al fin del siglo petrolero con una economía que vive un desgarramiento de la vida humana, sin capacidad de generar valor agregado y con una profunda desigualdad en los ingresos. Es el sueño roto de la siembra del petróleo.
De la profunda crisis para reproducir riqueza a escala ampliada, que inició a finales de la década de 1970, llegamos a la «Larga Depresión» que vivimos desde hace ocho años. Nuestra economía petrolera, según Gerig, estaría pasando del colapso a la extinción.
La aparente recuperación que vive la economía con la salida de la hiperinflación en enero de este año sería, más bien, un «equilibrio de mínimo nivel» que abandona la senda de la caída para entrar en el estancamiento, sobre todo porque aún no se solucionan estructuralmente los shocks que llevaron a la hiperinflación.
Así las cosas, la espiral inflacionaria nos espera en la bajadita. Mientras la economía continúa necesitando una reestructuración radical.
PH9. ¿Venezuela está creciendo vigorosamente, como afirman algunos analistas? El grupo financiero Crédit Suisse, por ejemplo, estimó que el PIB de Venezuela se expandió a ritmo de 8,5% en el año 2021, una cifra que supera incluso las estimaciones del gobierno venezolano. ¿Quiénes se recuperan económicamente en el país?, ¿hemos llegado realmente al fin de la hiperinflación en este 2022?
En primer lugar, no hay nada parecido a un «crecimiento vigoroso». Según los datos de la CEPAL en 2021 la economía venezolana se contrajo todavía un 3%. Es decir, una caída del PIB superior al 80% desde 2013. La reducción continua de la cantidad de bienes y servicios producidos en la economía venezolana ha durado 8 años. En 5 años la caída superó al 15% y en dos años rondó el 30%. Según el FMI en base a dólares corrientes el tamaño de la economía venezolana pasó de 258,99 a 47,25 millardos de dólares de 2013 a 2021. Entonces tenemos ahora la economía más pequeña de Sur América. Lo sorprendente es que la economía venezolana no haya encontrado su «foso de estabilización» antes o que no estemos en la presencia de un rebote acorde a la dimensión de la caída.
No tenemos nada parecido a un «crecimiento vigoroso» y tampoco nada parecido a un «rebote vigoroso». Lo que explica que de ahora en más la economía pueda «crecer» es que se parte de un piso extremadamente bajo. Pero repito, la pregunta que realmente llama la atención es cómo fue posible que la economía venezolana haya conseguido un «equilibrio de mínimo nivel» sólo tras 8 años de una Larga Depresión. A estos niveles de PIB un crecimiento anual de 1% significa que se están agregando tan sólo 0,04 dólares per cápita diarios en nuevos productos y servicios.
Si vemos el tamaño de los rebotes que están teniendo otras economías latinoamericanas tras el Gran Confinamiento como por ejemplo Chile o Colombia que crecieron en 2021 alrededor del 10% podemos entender que la economía venezolana lo que está sufriendo es un «equilibrio de mínimo nivel». En este «equilibrio» la economía abandona la senda de la caída para entrar en una senda de estancamiento ya que carece de resortes para generar inversión, empleo, riqueza y bienestar.
Hay que preguntarse por el tipo de economía que hemos heredado de la Larga Depresión venezolana. En primer lugar, una economía con una profunda vocación por las importaciones e inclinación hacia el sector de servicios al consumidor, esto es, una economía sin capacidad de generar valor agregado. En segundo lugar, una economía que soporta en gran medida sus descargas competitivas en el precio artificialmente bajo del factor trabajo y la sobrevaluación cambiaria. Tercero, una economía con profunda desigualdad en los ingresos. En un polo el 85% o 90% de la población al borde de la sobrevivencia y en el otro un 15% o 10% de la población para el cual este «neoliberalismo con características criollas» representa maravillosas noticias en términos de riqueza, poder y prestigio. Cuarto, una economía con absoluta incapacidad para recuperar la tasa de inversión y generar empleos de calidad. Quizá sigamos viendo inversiones privadas dispersas en sectores donde la tasa de ganancia se eleva gracias a la desigualdad de los ingresos, pero nada parecido a una oleada de inversión general en nuevos medios de producción y nueva capacidad instalada. Más allá de la anécdota del bodegón no hay ninguna buena noticia sobre la economía venezolana todavía.
Podemos seguir enumerando características, pero lo relevante acá es señalar que la economía venezolana vive no solo una ruptura en los fundamentos de la vida económica sino un desgarramiento de la vida humana a partir de la cual se erige toda actividad ligada a la producción de riqueza. Sin la reconstrucción y reparación de esa vida humana en la que se fundamentan los intercambios, los ingresos y las ganancias no hay economía viable.
En cuanto a sí la hiperinflación ha llegado a su fin, hemos de recordar que el parámetro del monetarista Cagan según el cual la hiperinflación culmina cuando los precios dejan de crecer durante 12 meses consecutivos por encima del 50% es tan solo eso, un parámetro técnico. De acuerdo a ese parámetro la economía venezolana abandonó la hiperinflación en enero de 2022. Sin embargo, en 2021 la economía venezolana tuvo todavía la peor inflación anual del mundo. Todo ello en medio de un programa de estabilización macroeconómica de espíritu monetarista extremadamente drástico en términos de represión financiera y recorte del gasto público, que ha tenido profundas consecuencias en el aceleramiento de la caída del producto, el colapso de la demanda y el consumo y la dolarización.
Me temo que el «genio» de una inflación inmanejable está lejos de retornar a su botella, sobre todo porque no se ha solucionado estructuralmente ningunos de los shocks que llevaron a la hiperinflación. Además, la represión financiera para contener el efecto transmisión del tipo de cambio a los precios ha conducido a una apreciación real del tipo de cambio inmanejable en muy poco tiempo. La espiral inflacionaria espera en la bajadita o los costos de mantener la represión financiera se agudizan. Ese es el dilema de los hacedores de política económica ahora mismo.
PH9. ¿A qué le llama la Larga Depresión venezolana?, ¿cuáles considera que fueron los shocks que llevaron a la hiperinflación?
La Larga Depresión venezolana ha tenido tres mini fases. De 2013 a 2015 la fase de crisis en la cual la política económica tuvo la oportunidad de realizar un ajuste momentáneo del ciclo de negocios y la reconducción del régimen cambiario que es el cuartel general de una economía extravertida y rentista. No se hizo ni una cosa ni la otra y la economía transitó por una crisis de perturbaciones de oferta que llevaron a una parálisis de la inversión de las empresas y agencias de acumulación de capital.
De 2016 a 2018 llegó la fase de colapso caracterizada porque la destrucción de los valores y el dinero acompañó a la destrucción real de la producción. Esta fase se inicia con un shock draconiano a las importaciones que agrava las perturbaciones de oferta y culmina con una crisis de deuda externa después de una pésima estrategia de «buen pagador» que colocó a la economía venezolana en las puertas de la hiperinflación la cual se desató a finales de 2017.
Finalmente, una fase de extinción de 2019 a 2021. ¿Extinción de qué? De los logros acumulados durante el siglo petrolero. Esta es la fase de la estabilización macroeconómica por vías ortodoxo-monetarista, del neoliberalismo con características criollas y de una monumental «crisis de realización» ya que la oferta potencial no encuentra compradores.
A partir de 2022 entramos en la siguiente mini fase, la del «equilibrio de mínimo nivel». Un estancamiento caracterizado por la trampa de la pobreza. Una economía donde el consumo representa gran parte del PIB y por tanto no invierte ni genera nuevos empleos parecida a algunos casos africanos y centroamericanos.
Generalmente una economía que ingresa en una Depresión severa necesita de un proceso de reestructuración drástico. Es lo que Joseph Schumpeter llamó la emergencia de nuevas combinaciones productivas. Como decía, lo verdaderamente resaltante al estudiar La Larga Depresión venezolana es cómo un proceso de destrucción tan drástico no se convirtió en un proceso de «destrucción creativa». Por ejemplo, cómo podemos explicar desde la metafísica neoclásica que con un precio del trabajo rondando los 2 dólares tengamos un desempleo superior al 40% (según datos del FMI). Cómo podemos explicar que tras la migración de más de 5 millones de venezolanos formados en edad de trabajar el salario de los profesionales en Venezuela ronde el salario mínimo de Haití.
Con ello quiero decir que, a despecho de los economistas que creen en la metafísica de los programas de ajuste y estabilización macroeconómicos, la economía venezolana ha de producir primero una reestructuración para luego generar nuevos equilibrios macroeconómicos. De lo contrario, el resultado es una estabilización macroeconómica soportada en el estómago de millones de seres humanos al borde del subconsumo y la sobrevivencia. No habrá equilibrios macroeconómicos posibles sin una reestructuración radical de la economía política del país.
PH9. Cuando escuchamos análisis de expertos en economía venezolana escuchamos decir que, dado su carácter rentista, el país produce una riqueza que no está vinculada al desarrollo de su fuerza de trabajo. Eso es un problema. ¿Qué tiene que ver esta «razón rentista» con la crisis multidimensional que vivimos?, ¿por qué usted afirma que en los últimos años hemos transitado de la razón rentista a la razón colonial?
La economía nacional venezolana se insertó en la división internacional del trabajo durante el siglo XX como proveedor de petróleo. De allí extraía una renta internacional del proceso global de producción. Ello significa que captamos una parte del excedente creado por el trabajo en la economía-mundo capitalista por cargo a un derecho de propiedad sobre un recurso natural. Esta renta que capta el Estado propietario del subsuelo en la forma de dinero-mundial es distribuida en la economía nacional. Entonces disponemos de una fuente de excedentes que no proviene de nuestro proceso nacional de producción. Lo captamos más no lo generamos. La renta significa sobreabundancia de capital, significa sobreabundancia de divisas. Pero también significa una estructura económica bastante sui generis cuya dinámica fundamental está orientada hacia y por el mercado mundial.
Lo que en varios trabajos he llamado la razón rentista es la metaestrategia que siguió la inserción de Venezuela en la economía política global durante el siglo XX. El consenso en torno a la soberanía sobre el recurso natural que llevó a la nacionalización del petróleo. La estrategia de maximizar el ingreso rentista como forma de incrementar la riqueza y poder del país y sus habitantes. La creencia de que la renta del petróleo debe ser invertida y es posible hacerlo en un proyecto nacional de desarrollo. La disputa política conducida por el sesgo distribucionista de la renta petrolera.
Esta metaestrategia fue exitosa. Pero desde la década de 1980 ha mostrado marcados signos de agotamiento. La estrategia de Venezuela para insertarse en la economía política global no varió mucho desde la posguerra hasta la Gran Recesión de 2008. Lo que quiero decir es que el capitalismo global en el que nos insertábamos sufrió profundas transformaciones mientras que la estrategia nacional para conducirse en él se mantuvo grosso modo similar. Pero no solo se transformó el capitalismo global sino también el capitalismo rentístico nacional. Desde finales de la década de 1970 la economía venezolana afronta una profunda crisis de acumulación, incapacidad para reproducir la riqueza a escala ampliada. Si hacemos una comparativa, desde la década de 1970 la economía venezolana pasó de ser una de las ganadoras de la economía global a ser una de las grandes perdedoras. El sueño de la siembra del petróleo se hizo inasible.
La Larga Depresión venezolana que vivimos desde 2013 es el desenlace catastrófico del siglo petrolero venezolano. El siglo en el que nos insertamos en la economía global como proveedor de petróleo. Ese siglo petrolero entendido como un ciclo de acumulación de capital tuvo una fase de auge que transcurrió desde la década de 1920 a la de 1970 y una fase de declive a partir de la década de 1980 con una breve edad dorada durante los años 2003-2012. A la Larga Depresión que asola al país desde 2013 debemos comprenderla como el capítulo final de un largo proceso de cincuenta años en los que el país fue incapaz de hacer frente a la decadencia económica. No era el único desenlace posible. Pero si es un desenlace que puede postergarse durante varias décadas inclusive. Hoy mismo no hay un futuro que sustituya al siglo petrolero. Lo que hay es una decadencia política y económica que se autorefuerza.
Lo que en algunos trabajos llamé la sustitución de la razón rentista por una «razón colonial» era más bien una crítica a la mentalidad instalada de que la única forma de que el país resuelva sus asuntos económicos es el entreguismo y la rapiña a y de extranjeros que nos recuerda los más oscuros días del gomecismo. Como que si a lo máximo que podemos aspirar los venezolanos en materia económica es a un capitalismo de compinches por arriba más dependiente de las importaciones que en cualquier otro momento del siglo petrolero a pesar de que estas andan en mínimos históricos.
PH9. Para quienes comparan en sus análisis porcentaje de inflación con caída porcentual del salario de los trabajadores esta crisis económica la están pagando los trabajadores. ¿Qué papel juega el salario de los trabajadores en un proceso de recuperación económica?, ¿qué políticas son fundamentales para remontar la brecha de desigualdad tan profunda que se instaló entre pobres y ricos en estos últimos años?
En toda recesión económica se produce una puja distributiva entre los sectores de la sociedad que viven de diferentes tipos de ingresos: salarios, ganancias o rentas. Esta batalla distributiva tiene diferentes campos de disputa y sus resultados están en gran medida determinados por la organicidad social y política de las instituciones que defienden a unos y otros sectores además de la relación coyuntural entre el Estado y el capital.
Dicho esto, las descargas competitivas de la Larga Depresión venezolana se han soportado en gran parte en el salario real de la clase trabajadora. El salario real se ha deteriorado año a año hasta el punto de que puedas comprar el tiempo de trabajo de una persona por menos de 2 dólares mensuales, como lo hace en gran medida el Estado. Y lo que está detrás de ello es una tragedia social expresada en las formas de desnutrición, migración, fracturas familiares, desposesión, depresión psicológica, degradación social, violencia, entro otros flagelos. Según el muy serio estudio del Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas en Venezuela había 9,3 millones de personas en inseguridad alimentaria y 2,3 millones en inseguridad alimentaria severa para 2019. La pandemia por Covid-19 seguramente empeoró este escenario. Es el rostro de los venezolanos sin voz que se esconde detrás de la irresponsable celebración de los bodegones y la dolarización.
Sin embargo, el problema de la economía venezolana no es en ningún caso distributivo sino evolutivo. Creer que estamos ante un escenario donde le quitamos a unos para darle a otros es una ingenuidad. La economía venezolana necesita una reestructuración desde sus fundamentos últimos. Hacer que la economía crezca, pero desde otros fundamentos para que sea inherentemente igualitaria. Se necesita una reinserción en la economía global basada en un programa de reindustrialización y desarrollo ambicioso que coloque al conocimiento como punta de lanza de la competitividad. Se necesita una metamorfosis radical de la estructura de valores y estímulos a través de la cual los venezolanos nos relacionamos con la riqueza que ponga al trabajo y el conocimiento en primer lugar. Y aquí soy consciente que hay que enfrentar a un grupo no menor de cínicos que prometen generar riquezas minando criptomonedas, por ejemplo. Necesitamos un programa de inversión en la creación de medios de producción e infraestructura que haga viable y rentable crear sinergias productivas entre actividades que hoy en día son totalmente inconexas. Sería breve diciendo que necesitamos rehacer la función de producción nacional.
No obstante, no existe ningún camino de recuperación económica que parta de la destrucción del mercado nacional y los ingresos de millones de venezolanos como su fundamento. Eso es lo que está haciendo el «Programa de recuperación…» implementado a partir de 2018, conseguir pésimos resultados en términos de estabilización macroeconómica y ningún resultado en términos de ajuste y restructuración productiva al coste de someter a millones de venezolanos a la sobrevivencia o la dependencia de las transferencias de aquellos que migraron en búsqueda de una mejor vida. Liberar las «energías» pseudo productivas del sector servicios para la porción de la población que puede permitírselo al coste de darle el golpe de gracia al tejido productivo del mercado nacional.
Hoy Venezuela tiene el salario mínimo más bajo del mundo y el gasto público más bajo del mundo rondando el 10% del PIB, para seguir teniendo la inflación más alta del mundo y a millones de hogares al vilo de la sobrevivencia. ¿Quién puede celebrar los resultados de semejante ajuste? Es una vergüenza inclusive en términos neoliberales.
PH9. Venezuela se ha convertido en una especie de «coco» para cualquier fuerza política que pretenda gobernar en América Latina, sobre todo para los sectores de izquierda que tienen mucha dificultad para explicar la magnitud de nuestro descalabro económico, más allá de las amenazas externas. ¿Qué tuvo que ver un programa económico de izquierdas en nuestro colapso económico?, ¿qué pueden aprender las izquierdas sobre la experiencia económica venezolana?
El fracaso de un programa de izquierdas en Venezuela durante el gobierno de Hugo Chávez debemos colocarlo en la incapacidad de producir una reestructuración productiva de la economía venezolana. Pero esa es la historia de todos los gobiernos que ha tenido el país desde la Gran Venezuela de CAP I [Carlos Andrés Pérez, 1er gobierno] pasando por el Gran Viraje y la Agenda Venezuela. En esto fracasaron el socialismo del siglo XXI pero también el neoliberalismo de CAP II [Carlos Andrés Pérez, 2do gobierno] y el desarrollismo del tipo «salto adelante» de CAP I y Gumersindo Rodríguez. Lo que no exime a ninguno de estos gobiernos de su cuota de responsabilidad.
Ahora bien, tratar de buscar alguna continuidad programática y en política económica en la Revolución Bolivariana entre la etapa anterior y posterior a 2013 es un debate en ciernes. Según mi criterio no existe tal continuidad. Existe más bien una ruptura ideológica y programática severa. Pero sobre todo una ruptura en el para quién se gobierna. Inclusive si se tratara de dos errores, serian dos errores de naturaleza radicalmente distinta.
El aprendizaje de la izquierda, como en toda experiencia histórica, dependerá de con qué mirada la izquierda vea y qué respuestas pretenda encontrar en la experiencia venezolana. Ahora mismo yo me centraría en un aprendizaje. No despreciar jamás a lo económico en favor de lo político. No cometer el vicio politicista de denigrar la importancia en una sociedad capitalista de lo económico queriendo sustituirla por el voluntarismo politicista. No creer que los problemas profundos de nuestras sociedades del Sur global se resuelven con alguna visión distribucionista de la riqueza. Hay que producir riqueza, hay que crear empleos de calidad, hay que hacer un manejo macroeconómico realista, hay que colocar a la industrialización como el eje de nuestros programas, hay que financiar la innovación y el conocimiento.
La experiencia venezolana pone sobre la mesa cierto realismo sobre temas económicos de los cuales la izquierda suele huir amparada en creer ingenuamente que estos son el hogar de la derecha. Me temo que una izquierda que no se preocupe por generar riqueza al igual que distribuirla, que no se preocupe por generar empleos de calidad, que no sea profundamente innovativa en cuanto a la producción y satisfacción de necesidades, tarde o temprano fracasará.