El 5 de agosto el Banco Central de Venezuela emite un comunicado donde anuncia una nueva reconversión monetaria, que se hará efectiva el 1 de Octubre. Esta reconversión incluye nueva denominación del bolívar, nuevo cono monetario y la supresión de seis ceros. Le solicitamos al analista Luis Salas que nos pusiera en contexto y nos ayudara a entender las implicaciones de esta medida.
El bolívar es junto al dólar y la libra esterlina de las monedas más antiguas del mundo todavía en circulación. Fue establecida por Guzmán Blanco como única moneda de curso legal en el país el 31 de marzo de 1879. La legendaria imagen de Bolívar que la acompaña data de 1873.
La idea de Guzmán, además de ordenar el circulante multimoneda imperante desde la caída de la Gran Colombia, era devolver la centralidad de El Libertador en la vida nacional y resaltar así la identidad y unidad de la Nación. Desde este punto de vista, el bolívar fue concebido como otro símbolo patrio, al igual que la Bandera, el Himno o el Escudo Nacional.
Durante los siglos XIX y XX el bolívar conservó en líneas generales su constitución original. Con la llegada del petróleo vivió su Edad de Oro que lo llevó a convertirse en una de las principales monedas a nivel mundial. Por caso, en la década de los treinta del siglo pasado, cuando en medio de la Gran Depresión mundial hasta los Estados Unidos devaluaron (en su caso, reduciendo su equivalencia en oro), el bolívar mantuvo su valor.
Es un debate bastante largo, pero el conjunto de factores que llevaron al tristemente célebre Viernes Negro de 1983 son más de carácter internacional que local. Particularmente, fue el fin de los acuerdos de Bretton Woods y del patrón oro lo que terminó precipitando aquella caída. Esto abrió las compuertas para la liberalización financiera de principios de los 80. Y la liberalización financiera, en medio de una era turbulenta de guerras militares y comerciales más una nueva depresión global, impulsó una masiva fuga de capitales a escala planetaria de la que los sectores privados de nuestro país fueron activos protagonistas. El endeudamiento de la era Carlos Andrés Pérez (CAP) I –en lo fundamental, adquirido para financiar a dichos sectores privados- sumado a las medidas de shock de Luis Herrera Campíns hicieron el resto.
El bolívar, como el resto del país, cayó en una espiral de devaluaciones e inflación de dos décadas. Tras los años turbulentos del inicio del chavismo, comenzó a recuperarse en 2004 al ritmo del crecimiento vertiginoso de la economía. Cuando se hizo la reconversión que le cambió su denominación a Bolívar Fuerte se le redujo los tres ceros adquiridos en las dos décadas anteriores. La reconversión fue anunciada en febrero de 2007 y entró en vigencia en enero de 2008. Según el entonces presidente Chávez, la idea era dotar de “mayor eficiencia al sistema de pagos en el país, consolidar la confianza en la moneda nacional y producir efectos psicológicos positivos en las expectativas de las personas”.
Estos objetivos hoy día pueden sonar trillados, pero estamos hablando de una economía que para la fecha se encontraba en medio de uno de los períodos de crecimiento de su PIB más notables de su historia y con tasas de inflación que tendían a la baja.
Meses después de la entrada en vigencia del bolívar fuerte estalló la crisis financiera mundial de 2008, de la cual Venezuela sufrió efectos sobre todo entre 2009 y 2010, cuando el PIB se contrajo -3,2 y -1,4 respectivamente. No obstante, la política monetaria anti-cíclica aplicada entonces mantuvo la estabilidad monetaria y relativamente la de precios, al punto que para 2012 la inflación que había repuntado hasta 28% en 2009 cayó hasta 21% en 2012. Pero como sabemos, a partir de 2013 cambió toda esa historia.
La larga secuela de eventos que nos ha llevado a la situación actual supuso la supresión del Bolívar Fuerte después de diez años de vida. En 2018, en el marco del Plan de Recuperación Económica lanzado por el gobierno nacional, se le suprimieron cinco ceros y cambió el nombre de “Fuerte” a “Soberano”. En tal virtud, no solo fue una reconversión sino además una redenominación.
Tres años han pasado desde entonces y estamos ad-portas de otra reconversión, que todo indica será también una redenominación con aquello de “digital”. El caso es que se trataría de la tercera reconversión en los últimos 23 años, la segunda en los últimos tres y la cuarta versión del bolívar en sus 142 años de historia. Con los 6 ceros que se le suprimirán, habrán sido 14 los eliminados desde 2008 y 11 desde 2018.
Según el BCV, esta nueva reconversión-redenominación que entrará en vigencia el 1ro de octubre próximo: «constituye un hito histórico necesario en un momento en el que el país comienza el camino hacia la recuperación económica». Es una afirmación temeraria y en todo caso no soportada en indicadores oficiales, siendo que entre otras las cifras de PIB no se actualizan públicamente desde el primer trimestre de 2019.
De todos modos, asumiendo una mejora de la actividad económica post-cuarentena severa, todas y todos estamos claros que el contexto es muy distinto al de 2008, e inclusive, al de 2018. Hace 13 años la economía nacional estaba en pleno crecimiento y con expectativas altamente positivas. En 2018 ya arrastraba cuatro años de caída y la inflación había mutado a hiper, pero con aquello del Petro, la reconversión y el lanzamiento del Plan de Recuperación el gobierno se las ingenió para recapitalizar expectativas.
Toca esperar a ver cómo percibe la población esta nueva reconversión tras tres años en que el PIB profundizó su caída, los salarios se esfumaron y el bolívar –aunque constitucionalmente sigue siendo la moneda de curso legal- pasó a ocupar un olímpico segundo plano frente a laissez faire laissez passer monetario en el que se paga desde con kilos de arroz hasta criptomonedas y todo se contabiliza en dólares.
Lo que nos lleva al tema digital. Según el BCV, el bolívar digital supone “avanzar en la construcción de una visión moderna de las transacciones cotidianas”. En estricto rigor esto puede ser cierto. Pero dejando de lado los temas de conectividad no resueltos necesariamente involucrados en dicha construcción (que de hecho en la práctica obligan a lanzar una nueva familia de billetes y monedas de 1, 5, 10, 20, 50 y 100 bolívares)- no lo es menos que dentro del contexto multimoneda actual con hiperinflación todavía presente, lo más probable es que el bolívar digital termine formalizando el segundo plano que hoy día ocupa el bolívar soberano dentro de la vida económica nacional: usarse para vueltos y pagos de baja denominación, operaciones digitales, y en el caso de los nuevos billetes, para cosas que en ocasiones no se puedan pagar digitalmente como propinas, pasajes de transporte público, etc.
La buena noticia es que con los niveles actuales de hiperinflación, y en la medida que no retornen los de 2018 y principios de 2019, es previsible que este nuevo cono dure un poco más que el que estamos abandonando. De todas maneras, es probable igualmente pensar que de aquí a octubre el INPC (Índice Nacional de Precios al Consumidor) acelere su ritmo, tanto por las expectativas ante la reconversión (los formadores de precio buscando “anticiparse” a la misma), la histórica tendencia de los precios de aumentar hacia navidad, e inclusive, por el evento electoral de noviembre.
Como quiera, todos estamos claros por sí sola esta es una medida más bien contable que busca que no colapsen las calculadoras, procesadoras de pagos y el cerebro de los consumidores y vendedores, pero que no soluciona los problemas estructurales. Por lo demás, que el bolívar recupere su centralidad tampoco dependerá de la misma.
Toda moneda para ser tal debe cumplir tres funciones: servir como unidad contable, como medio de pago y como reserva de valor. En los actuales momentos ya prácticamente nadie la usa como unidad contable, nadie como reserva de valor y a duras penas aún se usa como medio de pago. Pero de seguir la tendencia esto último dejará de ser también incluso en su novel versión digital.
Esperemos que no sea el caso, y que esta situación se pueda revertir.
El bolívar se trata de una moneda icónica y altamente simbólica (lo mismo que el dólar, el euro o la libra esterlina) y ha cumplido también funciones de identidad nacional. Parte importante de nuestro porvenir como país depende de su futuro.
Dos asuntos que quedan sobre el tapete →
¿Llegamos al final de la Hiperinflación?
Oficialmente nuestro país entró en hiperinflación en diciembre de 2017 por lo que al cierre de julio de este año contabilizamos ya 43 meses. Esto nos ubica de terceros en el ranking mundial de los procesos hiperinflacionarios más largos, solo superados por Nicaragua (58 meses) y Grecia (56).
En sentido estricto, por hiperinflación se entiende una variación mensual del índice general de precios igual o superior al 50%. La convención teórica establece que un período inflacionario transcurre desde el primer mes en que se presenta un índice con tales características, hasta un año después del último mes en que lo hizo. Si posterior a este último lapso se presenta otro mes con una variación en el índice de precios igual o superior al 50%, se cuenta como otro capítulo hiperinflacionario.
Según los últimos datos del BCV disponibles, la última vez que el INPC estuvo por encima de 50% mensual fue en diciembre de 2020 (77,5%). La variación más alta reportada en lo que va de 2021 es de 46,6% en enero. La más baja 16,1% en abril. El promedio ronda el 30%. Desde abril, el índice ha venido aumentando al ritmo que aumenta la actividad económica.
Así las cosas, de no reportarse una nueva variación del INPC superior al 50% en lo que resta del año oficialmente terminaría el ciclo hiperinflacionario con 48 meses en diciembre de este 2021. No obstante, esto luce poco probable dada la tendencia estacional del indicador a aumentar hacia finales de año, más aún en coyunturas electorales, lo que de hecho ocurrió el año pasado.
La falacia de la liquidez como motor de la inflación en el caso venezolano
Se suele decir de manera bastante ligera que la causa de la hiperinflación venezolana es la excesiva liquidez monetaria y la emisión de dinero “inorgánico”. Esto último es un atavismo que solo los expertos criollos conservan.
Pero más allá del debate teórico vale la pena considerar un dato: para finales de 2012, la liquidez monetaria ascendía a cerca del 60% del PIB, que según el Banco Mundial rondaba los 330 mil Millones de US$. Para junio de este 2021, la liquidez monetaria está por debajo del 10% de un PIB que puede sea un tercio e incluso menos que el de 2012. La variación del INPC en 2012 fue de 21% anual mientras que la de 2021 ronda el 30% mensual.
Como podemos observar en el 2012 había muchísima más liquidez que en la acutualidad y la inflación sin embargo era mucho menor.
Con semejante caída de la liquidez este año a la que hay que sumarle la de la demanda agregada, el gasto público y los salarios, parece bastante obvio que la tesis monetarista según la cual los precios aumentan porque aumenta la cantidad de dinero en la economía no tiene ninguna cabida para el caso venezolano.