“Si se necesita un sacrificio, renuncio a mi parte y agarro la suya”. Cantinflas
Hace un par de semanas, compartí con ustedes cómo fue camuflarme entre la opulencia caraqueña. Tras hacerlo, una usuaria de Twitter me respondió que en todas partes del mundo había ricos, pobres y «envidiosos». Sonreí, como me ha tocado sonreír ante la superficialidad tan patética que han adquirido muchos debates nacionales.
Recordé cuando mi tutora de tesis me dijo «estás obsesionada con la búsqueda de argumentos que justifiquen tu premisa y desechas puntos de vista valiosos solo porque no van de la mano con lo que quieres demostrar». Con los años, he aprendido. De esta forma, partí en busca de opiniones tan calificadas como diversas que me permitan entender la aparente reconfiguración en la composición socioeconómica de Venezuela.
Para empezar, es importante aclarar -como diría un ‘filósofo de Buga’- que «una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa» y aunque es cierto que cada vez más y más venezolanos se manejan en dólares, esto no implica que se puedan gastar $100 en cada almuerzo, $1,500 para pasar un fin de semana en Los Roques o $86,000 en un carro nuevo.
¿Cuántos dólares y para qué?
Según la Encuesta de Condiciones de Vida (ENCOVI), casi la mitad de los trabajadores venezolanos labora por su cuenta, la mayoría en el comercio informal, mientras la otra mitad se divide a partes casi iguales entre el empleo público y el empleo formal privado.
El Observatorio Venezolano de Finanzas (OVF) asegura que el salario promedio de un obrero en el sector privado es de $53 mensuales, monto que aumenta a $101,5 para profesionales/técnicos y $236 para cargos de alta gerencia o dirección. A la par, el 30% de los hogares con migrantes reciben remesas.
Mucho más arriba, economistas como Luis Vicente León afirman que 2,3% de los venezolanos perciben alrededor de $2,000 mensuales. Todo esto explicaría por qué la última medición de Ecoanalítica arrojó que un 67% de los pagos de alimentos, artículos de higiene personal y de servicios vinculados con la salud se realizan en divisas.
También nos habla de la desigualdad en términos de ingreso entre unos y otros. «El que gana más gana mucho más que el que gana menos, la diferencia es muy pero muy alta, precisamente debido a la dolarización que hemos visto. Por eso muchos abandonan sus profesiones por actividades que les generen ingresos en divisas», indica el economista Henry Daboin.
En relación a esto, el director de la firma Econométrica, Henkel García, considera que entre los trabajadores que más ganan se encuentran los plomeros, electricistas y afines así como «los médicos, quienes ya están facturando tanto por consulta como por procedimientos algo muy similar a lo que se cobra en el exterior», mientras que los profesionales del sector público son los más perjudicados por la crisis.
Entre la orilla y el mar
Pero, en términos cuantitativos, ¿qué tan profunda es esta brecha? Según el economista Oscar Forero es difícil responder con precisión debido a la ausencia de cifras estatales, lo que genera -de hecho- que Venezuela tampoco esté incluida en las mediciones oficiales (y comparativas) de América Latina.
«Del índice de coeficiente de Gini no existen datos oficiales y es difícil encontrar fuentes confiables en medio de la pugna política. Sin embargo, es evidente el incremento en la desigualdad especialmente porque con el gobierno de Chávez hubo un proceso de crecimiento o inclusión de las clases menos favorecidas, el cual fue más allá de lo monetario, lo que contribuyó a reducir la desigualdad a índices que lideraban Latinoamérica, fuimos uno de los países que a mayor velocidad íbamos reduciendo esa brecha», indica Forero.
Para Henkel tampoco existe un trabajo robusto, con suficiente presupuesto y metodología, sobre la desigualdad en Venezuela, «pero en términos cualitativos, basados en ENCOVI y viendo la migración por motivos económicos, se hace notable el empobrecimiento masivo y también la existencia de grupos que están generando mucha plata».
ENCOVI, por cierto, dice que en 2014, el 10% de los hogares más pobres captaba el 2,1% de los ingresos totales, mientras que, en 2019, el mismo reduce su participación a menos de la mitad (0,8%). En contraste, la participación del 10% más rico pasa de 30% del ingreso en 2014 a 33,9% en 2019. Para aterrizarlo: El ingreso del decil 10, el de mayores ingresos, no solo duplica el del decil anterior, sino que representa 41 veces al decil más pobre. Si tomamos esto como cierto, implica que pasamos de liderar la reducción de la desigualdad en la región a convertirnos en el segundo país más desigual después de Brasil.
Al respecto, Forero precisa que en efecto las riquezas se han polarizado. «Hay una pequeña parte de la población que tiene mucho dinero y un gran porcentaje que ha venido perdiéndolo o retrocediendo, en este caso hay que colocar a la clase media que se ha visto muy golpeada por esta crisis y cuyos recursos han ido a parar a las clases más privilegiadas».
Según la firma consultora Anova Policy Research, los sectores de clase media son «aquellos que tienen ingresos que le permiten protegerse en eventos negativos y con cierto grado de estabilidad económica» y en Venezuela aproximadamente 9 de cada 10 familias consideradas de clase media al principio de la década (2010) ya no lo son.
¿Quiénes son los ricos y cómo lo hacen?
Para Forero, estos privilegiados son una mezcla entre familias tradicionales y los llamados «nuevos ricos», un fenómeno que -a su juicio- es de vieja data. «Familias que hoy son millonarias como los Zuloaga, Vollmer, Machado, Cisneros o Mendoza fueron familias que se beneficiaron en diferentes procesos económicos o incluso pertenecieron/trabajaron para gobiernos de turno y aprovechando su situación y estatus fueron amasando fortunas».
De una u otra forma, Henkel coincide al afirmar que «al tener el poder político tratas de convertirlo en poder económico y eso es normal en cualquier sistema», por lo que hoy convive un poder económico tradicional junto a uno que está surgiendo. Pero, ¿cómo surge? En su criterio, están «quienes ganan mucho dinero por hacerle la triangulación financiera al gobierno (un servicio de alto riesgo debido a las sanciones), personas con conexiones ilegales y gente honesta con empresas de alimentos o empresas pequeñas».
Por su parte, Forero opina que en este grupo existen personas que trabajan en un sector legal pero al mismo tiempo funcionan dentro de la económica subterránea, grupos ligados a actividades netamente ilegales, gente que años atrás se aprovechó de ciertas facilidades estatales (Cadivi, importación) que hoy disfrutan campantemente, y sectores privados que han dejado de quejarse y pedir dólares preferenciales para dedicarse a trabajar.
«Por ejemplo, hace una década, una persona podía recibir hasta $8,500 a través de Cadivi y hubo gestores que compraron 10, 50, 200 y hasta 500 cupos, multiplícalo y verás cuánto dinero es. También hay quienes se aprovecharon de los dólares casi regalados para traer importaciones. Otros tantos, a raíz de la crisis, se metieron de lleno en la economía delictiva, una arista donde cada vez nos parecemos más a Colombia. Todo esto, y más, generó una distorsión dentro de la composición socioeconómica del país», indica Forero.
El experto reconoce y lamenta que en Venezuela algunos piensen qué carro de lujo comprarse mientras otros no tienen que darle de desayuno a sus hijos. «Venezuela, hay que decirlo, era uno de los pocos países de América Latina en los cuales no se percibían niveles de desigualdad tan amplios y hoy estamos en los promedios de América Latina», agrega.
Asimismo, Daboin apunta que recientemente muchos empresarios y/o comerciantes han aprovechado que el convenio cambiario estableció la libre circulación de la divisa para captar a los estratos sociales que perciben ingresos en dólares y mejorar sus ganancias sin verse tan impactados por la inflación como hace un par de años.
Unidos por el dinero
Estos sectores variopintos se unen cuando se trata de disfrutar sus posibilidades. A juicio de Henkel, «un caso muy típico es el Humboldt, allí ves de todo, gente cercana al gobierno, gente que no, gente que tiene plata desde hace mucho tiempo y esta desacumulando», aunque -para él- tanto quienes están haciendo plata ahora (sean cercanos al gobierno o no) como aquellos que tienen capital acumulado «son una minoría».
Tal vez por eso Forero afirma que hay varias Venezuelas, «una donde pareciera que no existe la crisis y hasta se creería que hay abundancia junto a otra con grandes limitaciones y un grueso porcentaje con un sinfín de problemas solamente para subsistir. Esto último contrasta con el derroche, acumulación o incluso exageración de los primeros».
Y allí radica una de mis mayores dudas ¿por qué tanta exhibición? En mis años universitarios, tuve una amiga cuya familia tenía muchísima plata pero lo descubrí cuando tuve acceso a sus espacios más íntimos, jamás lo habría podido deducir por su ropa o carro. Desde entonces, en mi cabeza, los ricos «de verdad, verdad» son así, pero ahora es distinto. A simple vista, no solo exhiben su nivel adquisitivo sino sus cuotas de poder, su capacidad de perrearse a cualquiera.
Además, los gustos de las familias tradicionales y de los nuevos grupos también tienen variaciones. La socióloga Angela Oraa asegura que «los clubes, como el Country Club, de los apellidos de rancio abolengo, están venidos a menos» mientras que la venta per cápita de relojes supera la de países vecinos y cada cierto tiempo, «visitan el país representantes de prestigiosas casas relojeras trayendo consigo relojes costosísimos de ediciones limitadas».
«En este caso, tratan de generar mayor exhibicionismo, tener los mejores vehículos y mostrarlos, vestir de la mejor forma e ir generando a través de las redes sociales la sensación de que les abunda el dinero y no tienen ningún tipo de problema», explica Forero, aunque aclara que también se trata de «una tendencia mundial».
Mientras tanto, Henkel no ve mayor drama en esto: «Puede ser que algunas personas sean algo exhibicionistas, pero eso lo ves en cualquier país. Eso sí, al venezolano le gustan las cosas de moda. Por ejemplo, en las panaderías Granier la gente hacía fila para entrar y si aquí montan un Starbucks las colas serían de cuadras y cuadras».
Tampoco es, diría yo, un signo que nos hable de economía. La pastelería de Las Mercedes, con cola y todo, le genera a ciertos sectores una especie de «sentido de pertenencia» a los círculos «chic» de la ciudad, mientras que el gentío comprando chichas en Sabana Grande tal vez sean el reflejo, junto a las hamburguesas de $1 y afines, de una de las pocas aventuras culinarias que los pelabola se han podido lanzar en los últimos años.